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PREMIOS DEL GUERRERO. Escudos acordados por el Estado a los vencedores en las batallas de Tucumán y Salta.

Militar desde los 12 años, peleó en la campaña del Paraguay, en las batallas de Tucumán y Salta, en dos de las expediciones al Alto Perú y en los inicios de la guerra civil. Formó su hogar en Tucumán y murió exiliado en Chile.


No se conoce un retrato del coronel Gerónimo Helguera, pero la tradición lo señala como hombre alto, delgado y apuesto. Fue uno de los oficiales que pelearon con bravura en la batalla de Tucumán. Merece un recuerdo, por su impresionante foja de servicios militares en la guerra de la Independencia. Está entre los que formaron su hogar en nuestra ciudad y aquí residieron, dejando descendencia que se prolonga hasta hoy.

Era porteño, hijo del vasco Juan de Helguera y Ciancas, antiguo oficial de la marina española, y de María del Carmen Velarde. Había nacido el 17 de octubre de 1794. En la nota que le dedica en “Biografías argentinas y sudamericanas”, el historiador Jacinto Yaben transcribe párrafos de una exposición de servicios que Helguera presentó al Estado en 1817.

Por ella sabemos que se inició en las armas casi niño, a los 12 años, en 1806, como cadete de Patricios. Tuve, escribe, “la gloria de ser uno de los Defensores de esta ciudad en las invasiones que tuvo con los ingleses, en cuyo cuerpo seguí mis servicios hasta el año de 1810, en que sacudiendo el yugo español se proclamó la libertad del país”.

Prisionero de guerra
Ni bien ocurrido el pronunciamiento de Mayo, el cadete se enroló en la expedición al Paraguay que mandaba el flamante general Manuel Belgrano. Como subteniente de Patricios, se batió en Campichuelo y, ya como teniente segundo, en la batalla de Paraguarí. Tras esa derrota, escribe, “tuve la desgracia de caer prisionero y ser conducido a la plaza de Montevideo, con todas las aflicciones que hacen padecer los tiranos”. Allí, decía, “me mantuve en prisiones, las más mortificantes, hasta la gloriosa acción de Las Piedras, en que fui canjeado”. Se refería a la victoria de José Gervasio Artigas sobre los realistas, en Molino de las Piedras, del 18 de mayo de 1811.

Ni bien libre por el canje de cautivos, retornó al ejército. Fue destinado a Rosario, donde estaba su jefe Belgrano. Este lo nombró su ayudante de campo. Asistió a la presentación de la bandera (27 de febrero de 1812) en las baterías del Paraná, y luego marchó a Salta con el general, cuando éste asumió la jefatura del Ejército del Norte. Estaría así en las jornadas del Éxodo Jujeño, en el combate de Las Piedras y en los febriles preparativos de la batalla de Tucumán.

Las dos victorias
En la victoria de Campo de las Carreras, el 24 de septiembre de 1812, Helguera tuvo la responsabilidad de una de las secciones de la primera columna de Infantería, que mandaba Carlos Forest, y que tuvo destacado desempeño en la acción.

Dos días después, fue comisionado por Belgrano para llevar a Buenos Aires el primer parte del triunfo. Destaca Yaben que recorrió en seis días los 1.200 kilómetros, “esfuerzo extraordinario que alteró profundamente la salud de Helguera, quien sufrió desde entonces una grave afección a los riñones”. Además, según la tradición, durante el furioso galope hacia Buenos Aires, la rama de un árbol le causó una profunda herida sobre uno de los ojos.

Ni bien cumplido el encargo, volvió a Tucumán. Participaría así en el siguiente triunfo de Salta, el 20 de febrero de 1813. En el parte de esa acción, Belgrano expresaba que sus ayudantes Warnes, Castellanos, Helguera, Vaquera y Vera, se habían desempeñado “muy a mi satisfacción” durante la batalla. Seguiría luego junto a Belgrano en la desdichada campaña al Alto Perú de ese año 1813. Le tocó batirse en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, y marchar en la penosa retirada que siguió.

Otra vez al Alto Perú
Reemplazado brevemente Belgrano por el general José de San Martín, y luego por el general José Rondeau, prosiguió Helguera -ya sargento mayor- en el Ejército del Norte. Peleó en las acciones altoperuanas que siguieron: derrotas de 1815 en Puesto del Marqués, en Venta y Media, en Sipe Sipe. Al volver Belgrano a la jefatura, en 1816, le concedió licencia para viajar a Buenos Aires. Fue entonces que presentó al Gobierno la exposición de servicios citada arriba, apoyando su solicitud de efectividad del grado de sargento mayor, que le fue concedida.

Regresó nuevamente a Tucumán. Frecuentaba la amistad de la familia Garmendia Alurralde, y se casó con Crisanta, una de las niñas de la casa. Otras dos, Luisa y Cruz Garmendia, se casarían también con oficiales de Belgrano: el coronel chileno Francisco Antonio Pinto -luego oficial de San Martín y presidente de Chile- y el coronel italiano Emidio Salvigni, respectivamente. Es tradición que Belgrano apadrinó las bodas de Crisanta y Luisa, bendecidas el mismo día, en 1817.

Tiempo de anarquía
Helguera continuó en su función de edecán del general. Marchó así con el Ejército del Norte, en 1819, cuando la fuerza dejó el largo acuartelamiento de Tucumán para operar contra las fuerzas santafesinas, campaña desarrollada en la primera mitad de ese año. Y cuando el creador de la Bandera renunció al mando y regresó a Tucumán, lo acompañó Helguera.

Le correspondió asimismo acompañar a su jefe y amigo en el penoso viaje último de Tucumán a Buenos Aires. Iba junto al coronel Salvigni y al capellán Villegas. Y fue Helguera uno de los pocos que rodearon a Belgrano en su lecho de muerte, el 20 de junio de 1820.

Las obligaciones militares prosiguieron ocupando la totalidad de la vida de Helguera, en ese dramático tiempo de anarquía. Era su propósito volver a Tucumán, pero debió desempeñarse como ayudante de Gregorio Aráoz de La Madrid en la defensa de Buenos Aires, cuando la ciudad fue atacada por las milicias santafesinas. Después, cabalgó en las fuerzas del gobernador Manuel Dorrego que triunfaron en San Nicolás, en agosto.

Diputación y retiro
En octubre, al mando de Martín Rodríguez, participó Helguera en las acciones que sofocaron el alzamiento del coronel Manuel Pagola. Ascendió a coronel del regimiento “Húsares del Orden”, formado por La Madrid, y a las órdenes de este jefe peleó en la campaña contra el caudillo Francisco Ramírez, desarrollada entre mayo y junio de 1821. Más tarde, en 1824, fue comandante del IV Regimiento de Caballería de Campaña, y en 1825 lo destinaron a la División de Salta.

Al año siguiente, su provincia adoptiva de Tucumán, donde gozaba de gran prestigio, lo eligió diputado al Congreso Constituyente de 1826. Su firma consta, por eso, al pie de la Constitución que llegó a sancionar el cuerpo antes de disolverse.

A esa altura, Helguera decidió terminar con la milicia y retirarse a la vida privada, en Tucumán. Tenía ocho hijos: un varón, Federico -quien sería dos veces gobernador de Tucumán- y siete mujeres. Una sola, Catalina, quedó soltera, y las otras serían cabezas de familia: Susana Helguera de Muñoz, María Helguera de Carmona, Crisanta Helguera de Alurralde, Juana Helguera de Ceballos, Elena Helguera de Rodríguez y Carolina Helguera de Frías. El coronel tenía su casa en la hoy calle San Martín al 300, vereda del norte, a mitad de la cuadra.

La mala hora
Su existencia transcurría sin actuación pública, pero era conocido su descontento con el régimen de Juan Manuel de Rosas. Por eso fue que, en 1834, el doctor Ángel López lo buscó para formar parte de un complot contra el gobernador Alejandro Heredia. Aceptó en mala hora. Apunta Juan B. Terán que Helguera era quien daba “fuerza moral” a la conspiración. Su concurso era decisivo, porque importaba “dar confianza respecto al día siguiente de la revolución” y aseguraba otras adhesiones.

El plan era atacar el Cabildo, arrestar al gobernador Heredia y a su hermano Felipe y mandarlos a Salta. El gobierno quedaría interinamente a cargo de Helguera. Pero no se guardó el suficiente secreto y la delación hizo fracasar el golpe antes de producido.

Fueron apresados Helguera, Manuel LópezJosé Álvarez y José Francisco López y, tras un rápido sumario a cargo del siniestro mayor José Antonio Yolis, terminaron condenados a muerte. Igual sentencia se dictó contra el doctor Ángel López, quien había logrado escapar.

Se salvarán del patíbulo porque en esos días se celebraba el 9 de julio con un banquete oficial. A los postres, el discurso corrió a cargo del joven Juan Bautista Alberdi, recién llegado de Buenos Aires y protegido del gobernador. El futuro publicista pidió clemencia para los condenados. Sus palabras conmovieron a Heredia, quien cambió la pena de muerte por la de destierro.

Exilio hasta el fin
Helguera debió dejar Tucumán. Se despidió de doña Crisanta y de los hijos, y partió. En una carta escrita al doctor López el 30 de agosto, le contaba que se trasladó primero a Santiago, pero que el gobernador Juan Felipe Ibarra lo expulsó: “Su Excelencia el Mandarín de esa ciudad alojera me mandó salir en el término de 24 horas”, narraba sarcásticamente. Pasó entonces a Córdoba, donde fue bien recibido por el gobernador José Vicente Reinafé. La carta recordaba también el proceso y la condena, ponderando “la debilidad” de los declarantes, “la felonía y la traición” de algunos, y “la indecencia de otros que parecían más caballeros y dignos de llamarse tucumanos”.

Estuvo un tiempo en Córdoba y finalmente cruzó la cordillera para instalarse en la ciudad chilena de Copiapó, acompañado por su hijo Federico. Allí se dedicó al comercio. Según Yaben, su concuñado Pinto le prestó ayuda cuando un incendio destruyó su casa de negocio.

Ya nunca volvería a Tucumán. El coronel Gerónimo Helguera murió en Copiapó el 10 de diciembre de 1838, a los 44 años. Federico dejó los estudios que cursaba en Santiago para instalarse en Copiapó: trabajó duramente en el comercio y la minería, para atender las obligaciones dejadas por su padre, a la vez que enviaba recursos a la familia.

Ni siquiera ha perdurado la tumba del coronel Helguera. Fue arrasada, tiempo después, por el terremoto que destruyó el cementerio de Copiapó.