“Nos hace modestos y nos estimula a la vez”
En una conferencia que pronunció en Tucumán, el gran médico Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955) terminó afirmando que no solamente era necesario encarar con decisión el presente, sino que también debía mirarse lo que ya ocurrió. Decía que no era malo, “de vez en cuando, hacer un alto y volver la vista hacia atrás”, porque “el pasado nos hace modestos y nos estimula, al mismo tiempo”.
Recordaba que Ernest Renan contaba “la vieja leyenda bretona de una ciudad de Is que, en una época desconocida, había sido tragada por el mar. Los pescadores supersticiosos creían ver, en los días de tempestad, en los huecos de las olas, las flechas de sus iglesias, y les parecía oír subir, desde el abismo, el lejano tañido de sus campanas sumergidas”. Y, decía Renan, “me parece a menudo que en el fondo de mi corazón, tengo una ciudad de Is, cuyas campanas se obstinan en convocar a los oficios sagrados a los fieles que ya no pueden oír”.
A juicio de Aráoz Alfaro, “un poco de eso llevamos en el alma los que amamos el pasado, con sus días de luminoso sol y sus noches sombrías; con sus recuerdos ora tristes, ora jubilosos, pero impregnados todos de un sentimiento profundo y oscuro de la continuidad de la vida, de la sucesión interminable de las generaciones en la obra sin fin del mejoramiento humano”.
Añadía: “yo creo que, como dice el ilustre pensador francés, los verdaderos hombres de progreso son los que tienen por punto de partida un respeto profundo del pasado”, y que nunca se trabaja con más ardor, en el porvenir, que cuando se puede quedar uno horas enteras escuchando las campanas de las ciudades de Is, sumergidas en la lejanía de la memoria”.