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OLA MORA. Autorretrato en mármol, que la gran escultora obsequió al doctor Alberto de Soldati.

Luego de varios días de agonía.


En el invierno de 1936, la salud de la escultora tucumana Lola Mora entró en el deterioro final, en la casa de sus sobrinas, en Buenos Aires. LA GACETA encargó al periodista Carlos Peláez de Justo que permaneciera en la casa de la artista, no sólo para cronicar el desenlace sino para ir obteniendo, de paso, los datos para redactar una nota necrológica realmente informativa. Así, Peláez de Justo acudía diariamente a la calle Santa Fe, conversaba con las sobrinas y tomaba reproducciones de las fotografías enmarcadas.

No debe haber habido muchos visitantes, ya que el periodista mencionaría sólo a tres. Dos de ellos eran tucumanos, el senador nacional Mario Bravo y el veterano docente Nicolás Ayala. También la visitaba una añosa escritora francesa, Mme. Bonnet, antigua amiga de Lola Mora. La trataba como a chiquita. “Unos días más y ya estarás sana. Nos iremos al campo, recogeremos muchas flores”, prometía.

El domingo 7 de junio, Peláez de Justo telegrafió a LA GACETA: “A las 13.33 horas de hoy murió Lola Mora. Había entrado en comatosis el jueves a la tarde; muerta ya virtualmente entonces, el corazón, como separado del resto de su ser, le sobrevivió en un supremo esfuerzo hasta hoy, en que la prolongada y penosa agonía hizo crisis. El médico Alexis Bustow se refiere a un caso pocas veces visto de un corazón que se resiste a dejar de latir en un cuerpo desprovisto de toda otra vida. Tres largos días pasó inconsciente, insensible, respirando entrecortadamente con esa especie de sonido metálico que es característico del estertor traqueal. Murió sin sufrimiento, rodeada de sus tres sobrinas que la asistieron con una abnegación ejemplar. Permanecí a su lado toda la noche, retirándome a la madrugada.”