
Carta del filósofo tucumano Alberto Rougès
El 21 de junio de 1941, el filósofo tucumano Alberto Rougès agradecía por carta, a su colega Rodolfo Mondolfo, su trabajo sobre Sócrates. Afirmaba Rougès que le había permitido “comprender muy bien la vida y la muerte del gran maestro”. Según Mondolfo, en el fondo de su alma estaba la religión, señalando rumbos a su vida. Era lo que dio a Sócrates “una fuerza arrolladora para el bien, una conciencia profunda de grandes deberes y un valor sobrehumano para cumplirlos”.
La alegre docencia de Sócrates engaña sobre su verdadera personalidad: “la religión ha hecho de la existencia de éste algo esencialmente serio y grande, algo que la muerte misma es incapaz de quebrantar”. Creer como Nietzsche, que si no hubiera muerto sería un sofista más en Atenas, es un error: supone “un divorcio antojadizo entre la vida y la muerte del filósofo, que haría incomprensible esa altura moral que resplandece en el último acto de su vida”.
Estaba totalmente de acuerdo con la interpretación de Mondolfo, según la cual “la grandeza de la muerte no fue sino la coronación de la grandeza de la vida”. Vino a “arrojar luz meridiana sobre lo que esa vida ha sido, sobre lo que había en el fondo de ésta, más allá de las sutilezas del entendimiento y de la gracia ática”.
Para Sócrates, su muerte fue “acción pensada y pensamiento actuado, de ahí su grandeza singular, que excede a la del mero heroísmo y a la del mero pensamiento. El vulgo suele llamar filósofo a la persona cuya acción se halla saturada de un pensamiento profundo. Sócrates fue un filósofo de este linaje, el mayor de todos”. Rougès afirmaba que “su magnífico trabajo me ha hecho comprender mejor la personalidad de Sócrates: mucho le agradezco este bien inmaterial que le debo a usted”.