
Testimonio de un viajero que llegaba en 1862
El doctor Angel M. Gordillo (1836-1885), distinguido abogado riojano radicado en Tucumán, firma el prólogo de “Provincia de Tucumán. Serie de artículos descriptivos y noticiosos”, libro que su comprovinciano, el doctor Arsenio Granillo -también afincado aquí- escribió en 1870 y editó en 1872.
En el prólogo -redactado como carta al autor- Gordillo se detenía en un párrafo. “Usted ha dicho con razón, que la naturaleza ha fijado los límites de esta provincia; que el azul puro del cielo, el aire perfumado y una lujosa vegetación, anuncian al viajero que pisa territorio tucumano”.
Esa afirmación traía a Gordillo “un recuerdo de lo que a mí mismo me pasó, el año 1862”, decía. “Viajaba ese año para esta provincia, con mi amigo el Ilustrísimo Obispo Rizo (se refería a Buenaventura Rizo Patrón, obispo de Salta). Yo deseaba con avidez aspirar el aire puro y balsámico del Jardín de la República, que por primera vez iba a visitar”. Por eso, “pedí a mis compañeros que cuando entráramos a la provincia, me lo avisaran”.
Pero el obispo, narra, le dijo: “no ha de ser necesario, la naturaleza se lo expresará mejor”. Y “en efecto, después de una hora de camino, se descubre a nuestra vista un hermoso panorama, una vegetación animada, que formaba un verdadero contraste con el aspecto árido de esa parte de la provincia de Santiago, que dejábamos. Era que habíamos pisado el territorio tucumano. No fue, en verdad, que me lo dijeran. La naturaleza se encargó de avisármelo con su sonrisa eterna”.