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PABLO ROJAS PAZ. En nombre de la SADE, habla Carlos Alberto Erro al inaugurarse la tumba del gran literato tucumano en el camino a San Javier, el 1 de octubre de 1958. LA GACETA / ARCHIVO

Rojas Paz reflexiona en una visita de 1938.


“Tienes razón, amigo mío, de Tucumán no van quedando más que los recuerdos. Los monumentos mismos han sido renovados”, escribía el tucumano Pablo Rojas Paz (1896-1956) en “La Prensa”, en 1938. Contaba que visitó de niño la casa del Obispo Colombres y hasta vio el trapiche de madera original guardado en uno de los cuartos.

“Vuelvo después de muchos años y hallo todo cambiado. En las junturas de las piedras ya no crece la hierba del tiempo; la pátina no ensombrece los muros. Y si bien es verdad que todo es historia en ese retazo, hay demasiado cuidado en que las cosas parezcan nuevas”.

Así, por ejemplo, “al pasar por una plaza veo a un cuidador que está limpiando una estatua, echando sobre ella un chorro de agua. No hay temor en que los monumentos pierdan mérito al ennegrecerse con el tiempo: porque eso también es recuerdo. ¿Podemos imaginarnos un París sin pátina?”

A juicio de Rojas Paz, “no es posible ni estético ese andamiaje de refacción perenne colocado en los monumentos que recuerdan algo. No hay que poner tanto cuidado en ellos: ya el tiempo los cuidará”.

Sin duda, hubiera estado en desacuerdo -si hubiera vivido unas décadas más- ante el empeño en dejar dorados, como lucen hasta hoy, los macetones de bronce del frente de nuestra Casa de Gobierno, en lugar de dejarles la pátina verdosa que tenían.

Horas después, un auto lo llevó hasta el cerro de San Javier. “Con la emoción de regresar de lejanos mares, he contemplado a mi querida ciudad, en ese atardecer, junto a la llanura, con ése su aire de ingenua confianza en el porvenir”, escribía para cerrar su artículo, titulado “La ciudad natal”.