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PLAZA BELGRANO. La pirámide aparece al fondo de esta fotografía tomada hacia 1910.

Y no de Chacabuco, como se dice a veces.


Sabemos que se han cumplido, el 5 de abril último, los dos siglos de la gloriosa batalla de Maipú. Sabemos también que el aniversario no ha sido conmemorado con la magnitud que correspondía a aquella acción, más que decisiva para el futuro de la revolución de la independencia en el continente americano.

De cualquier manera, el bicentenario hace oportuno recordar el eco que la victoria de San Martín tuvo en Tucumán. En 1818, el ejército del Norte permanecía entre nosotros, a las órdenes del general Manuel Belgrano. La fuerza no se movía de sus campamentos en la Ciudadela y en Lules. Después de los contrastes de Huaqui, de Vilcapugio, de Ayohuma y de Sipe Sipe, ya no se pensaba en otra campaña al Alto Perú. Todas las esperanzas estaban puestas en el Ejército de los Andes.

En sus “Memorias póstumas”, el general José María Paz, testigo de esos días, narra que “las victorias de Chacabuco y Maipú, compensando en cierto modo nuestros desastres anteriores, nos abrieron una nueva fuente de recursos y permitieron al general San Martín no sólo conservar sino aumentar las fuerzas de su mando, que después dieron tantas glorias a la patria”.

Agrega que “la última de estas victorias (es decir, Maipú), después de la impresión que había producido en los ánimos el desastre de Cancha Rayada, fue celebrada en Tucumán con locura. El general Belgrano hizo levantar un monumento para perpetuar su memoria”.

Se refiere a la pirámide que hoy, posteriormente recubierta de mármol, se alza en la plaza Belgrano. Subrayamos el punto porque muchas veces se incurre en el error (a quien firma así también le ha ocurrido) de denominarla “pirámide de Chacabuco”, cuando en realidad es “de Maipú”. Ella ha cumplido ahora también su bicentenario.