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ÁRBOLES TUCUMANOS. Los palos borrachos de la avenida Pellegrini, en una fotografía de la década de 1930. LA GACETA / ARCHIVO

Terán llamaba la atención sobre abril.


Como concluye abril, parecen oportunos párrafos de un sentido escrito de Juan B. Terán sobre este mes. Lo publicó en “La Prensa”, en junio de 1936, con el título “Otoño primaveral”.

Decía que en Tucumán, la primavera empezaba realmente en abril. “Cuando han pasado sus borrascas repentinas, sus soles africanos, la agitación histérica de su atmósfera electrizada, es decir, al despuntar abril, la naturaleza alcanza su encanto reposado”. Es como “una adolescencia que se ha alejado del vértigo de la pubertad”.

Entonces, “el cielo es benigno y limpio; los árboles exhiben sus frutos en su extrema madurez y algunos siguen floreciendo”. Ya “libres de trepadoras y lianas”, tienen “la gracia majestuosa de columnas, de arcos, de pórticos”. Dejado atrás “el sopor de marzo”, es posible extraviarse “en las sendas y boscajes que bordean la montaña tucumana, en la línea sinuosa de su falda, con el paso alivianado por el abanico de la brisa”. Puede ser en la Yerba Buena, o en La Rinconada, “paisaje de égloga”, o en las lomas de La Reducción, Yacuchina, Monte Rico o Los Sarmientos.

“En las pendientes y cañadas, la verdasca que crearon los soles y las lluvias se desinfla y comienza a marchitarse. Como florecidos de sorpresa, aparecen arbustos y hierbas que ocultó la vegetación adventicia. Abril ha obrado como un jardinero del bosque”.

Confiesa Terán que “esa mezcla de otoño y primavera, la primavera corregida que es el otoño tucumano, tuvo siempre para mí, aún en plena juventud, un encanto peregrino de serenidad, de mesura, de claridad helénica, de naturaleza embebida de inteligencia”.