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LA BATALLA DE FAMAILLÁ. La acción según una litografía de época. En primer plano, el general Oribe y el coronel Mariano Maza al frente de las tropas federales. LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO

El 19 de septiembre de 1841, las fuerzas de la Liga del Norte contra Rosas, al mando de Juan Lavalle, se enfrentaron con el ejército rosista de Manuel Oribe. La aplastante victoria de los federales marcó el fin de la coalición regional.


El jueves último, se cumplió el aniversario número 172 de una decisiva acción de las guerras civiles argentinas, ocurrida en territorio tucumano: la batalla de Famaillá, también llamada “del Monte Grande”.

Allí, las fuerzas federales destrozaron al “Primer Ejército” de la Liga del Norte, que mandaba el general Juan Lavalle. Este resultado, unido a la derrota -cinco días más tarde- en el pueblo mendocino de Rodeo del Medio, del “Segundo Ejército” que conducía el general Gregorio Aráoz de la Madrid, terminaron con la coalición regional formada en 1840 contra el gobernador de Buenos Aires y jefe de la Confederación Argentina, general Juan Manuel de Rosas.

Para narrar la batalla, hay que combinar documentos oficiales con cartas y memorias de participantes de uno y otro bando, que no siempre coinciden.

Fuerzas muy desparejas

Las tropas que Rosas había enviado para reprimir a la Liga, estaban al mando del general uruguayo Manuel Oribe, y constituían el denominado “Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación”. Se concentró en Santiago del Estero, a comienzos de setiembre, y sumaba cerca de 3.000 soldados con 6 cañones. Inició la marcha para enfrentarse con la Liga, el 2 de septiembre. Uno de sus jefes, el general Eugenio Garzón, procedió a ocupar la ciudad de Tucumán sin inconvenientes.

Esto porque Lavalle había resuelto dirigirse -desde Los Nogales, donde acampaba- al sur de la provincia, con sus soldados del pomposamente llamado “Segundo Ejército”: eran muy inferiores en número, armamento y veteranía, a los de Oribe. Llegó a tener Lavalle unos 1.300 hombres de caballería, y sus mal armados infantes no sumaban un centenar. Arrastraba cuatro cañones.

Su intrépido plan era atacar a Oribe, en lugar de sentarse a esperarlo. Suponía que la mitad de las fuerzas federales estaba en la ciudad, con Garzón, y quería “cortar” a Oribe, “tomándolo entre sus fuerzas y la ciudad”.

Marchas en el sur

La presurosa marcha de Lavalle al sur no estuvo exenta de problemas. En la noche del 15, desertaron los oficiales Peña y Graneros, con varios soldados: a algunos los pudo abatir a balazos el coronel Zerrizuela, y a dos que fueron capturados, Lavalle ordenó ejecutarlos.

Entretanto, Oribe iba también con rumbo sur, detrás de Lavalle. El 15 acampó en Lules y al alba del 16 siguió detrás de su presa. Se detuvo en Famaillá. Según el “diario” del coronel García, del ejército federal, la villa estaba despoblada: “sus moradores intimidados han huido a las sierras y montañas próximas”, apuntó.

Por su lado, Lavalle acampó a orillas del río Balderrama. De acuerdo al relato de Paul Groussac -quien habló sin duda con testigos- el 17 marchó a la estancia de La Florida y, tras un breve descanso, torció el rumbo para llegar, en la mañana del 18, a Negro Potrero. Allí carnearon reses para la tropa y, a la noche, Lavalle atravesó el río Famaillá, a unas 20 cuadras de distancia de la fuerza de Oribe.

Los ejércitos a la vista

Al amanecer del 19 de septiembre de 1841, cada ejército tenía al otro ante su vista. El general Lavalle formó su línea a espaldas de los federales, a un costado de la arboleda conocida como Monte Grande. De inmediato, Oribe ordenó dar vuelta a sus tropas y avanzó. La caballería del ejército federal estaba dispuesta en ambas alas: a la derecha, los escuadrones de Hilario Lagos, y a la izquierda, los de Juan Felipe Ibarra. Al centro, estaban los infantes de Mariano Maza. Contaba además con dos escuadrones de reserva, un cuadro de oficiales orientales y la escolta del general en jefe.

Las fuerzas de Lavalle tenían a la izquierda la caballería, que mandaba el general Juan Esteban Pedernera, y a la derecha, las milicias tucumanas que conducían los coroneles José Ignacio Murga y Manuel Torres de la Rambla. El comandante Estanislao del Campo era responsable de la infantería y los tres cañones, mientras Manuel Hornos estaba a cargo de la reserva. Afirma el historiador Antonio Zinny que el líder civil de la Liga del Norte, doctor Marco Manuel de Avellaneda, participó en la acción.

En su carta posterior a José María Paz, explicaría Lavalle que “el éxito de la batalla dependía del combate entre mi izquierda y la derecha enemiga, donde estaba lo selecto de la caballería de ambas”. Antes de empezar la acción, el federal Maza desafió al liberal Pedernera a zanjar el asunto con un duelo singular entre ambos, que no llegó a trabarse.

Empieza la batalla

A las 7 de la mañana dio comienzo la batalla de Famaillá. Según Oribe, a unas 150 varas de distancia hizo alto y lanzó guerrillas desde su derecha. Las fuerzas de la Liga hicieron lo mismo y atacaron sus escuadrones de la izquierda, “con lo que se trabó el combate, que luego se hizo general”.

Según el relato del historiador Isidoro Ruiz Moreno, “Lavalle buscó una definición inmediata en su costado izquierdo, y sus tropas salieron al encuentro de los federales”. Sus escuadrones lancearon a un centenar de ellos, mientras los cañones de la Liga contenían a los infantes de Oribe, forzándolos a tenderse en el suelo.

El coronel Gainza, participante de la acción, pensaba que Lavalle quería hacerse matar, porque “avanzó personalmente con la artillería y se puso casi a medio tiro de la enemiga”.

Pero, en ese momento, el escuadrón “Libertad”, que mandaba Juan Francisco Olmos, “volvió caras a poca distancia del enemigo a su frente”, con lo que empezó a desmoronarse el ala izquierda de Lavalle. Entonces, el general lanzó su escolta sobre el flanco de la derecha federal. La arrolló en un principio pero, dice Lavalle, “no fue ayudada por los otros escuadrones, que debían haber vuelto caras inmediatamente, y huyó también”.

La derrota

En el testimonio de Gainza, al flaquear el escuadrón “Libertad”, la caballería del coronel Manuel Saavedra amagó retirarse, pero luego volvió a cargar con decisión sobre los federales. “Les hicimos muchos muertos y heridos a lanza, pero también en ese momento veíamos a toda la caballería tucumana ponerse en vergonzosa fuga”, narra Gainza.

A su juicio, “esa defección fue causa de que la derrota fuese un hecho inevitable, y se pronunció hasta en nuestros escuadrones al tiempo de retirarnos. Saavedra parecía un león y hacía esfuerzos inauditos por contener a nuestros soldados”.

Narraría Lavalle a Paz que, cuando mandó cargar su ala derecha, “esta se disolvió sin moverse”. Ya no tenía enemigos la izquierda de Oribe, por lo que avanzó cómodamente. Y los infantes, “cuya mayor parte tenía los fusiles descompuestos, huyeron a salvarse en un bosque inmediato”.

Degüellos a granel

Todo había terminado en desastre para el “Segundo Ejército” de la Liga del Norte, en esta batalla que duró unas tres horas. Había 600 muertos en el campo, y la crueldad del jefe federal hizo crecer la cifra: según el coronel García, “todo cuanto cayó en poder del general Oribe en clase de oficial, fue degollado, y no se movió del campo sin haber ultimado a todos los jefes y oficiales rendidos”.

Como se sabe, tanto Lavalle como el doctor Avellaneda lograron escapar del campo de batalla, pero la muerte los esperaba pocos días después. Avellaneda quería refugiarse en Bolivia, pero fue traicionado y entregado a Oribe, quien lo hizo degollar en Metán el 3 de octubre. En cuanto a Lavalle, el 8 de octubre le destrozó la cabeza un disparo federal en el zaguán de la casa de Jujuy donde se había refugiado.

En Tucumán, todo quedaba en calma. El general Celedonio Gutiérrez, uno de los jefes federales combatientes en Famaillá, asumió la gobernación de la provincia el 4 de octubre. Permanecería en el sillón por espacio de 11 años desde entonces.