Imagen destacada
UN ÓLEO DE 1798. "Cholo del Tucumán" se titula esta pintura publicada por Bonifacio del Carril en la "Monumenta Iconographica". LA GACETA / ARCHIVO

Observaciones tucumanas del siglo XVIII.


Han sido muy utilizadas, por los historiadores, las referencias tucumanas del siglo XVIII que asentó Concolorcorvo, en el libro “El lazarillo de ciegos caminantes”, impreso en 1773. Según lo afirma Emilio Carilla -en su excelente edición barcelonesa del “Lazarillo”, de 1973-, el seudónimo Concolorcorvo ocultaba el nombre de Alonso Carrió de la Vandera.

En su viaje en carreta desde Córdoba a Salta, llamaron la atención de Concolorcorvo muchos hilos blancos que aparecían entretejidos en los aromos, “tan resplandecientes como el más sutil hilo de plata”, y por sobre los cuales caminaban “unos animalitos” a toda velocidad.

El vecino de San Miguel de Tucumán, Luis de Aguilar, propietario de la tropa de carretas en que viajaba, dijo a Concolorcorvo que “aquellos animalitos eran las arañas que producían la seda”. Se lo confirmó don Juan Silvestre Helguero, “residente y dueño de la hacienda de Tapia y maestro de postas, sujeto de extraordinaria fuerza y valor y acostumbrado a penetrar los montes de Tucumán”.

Le dijo que “eran tanto los hilos imperceptibles que se encontraban en aquellos montes, que sólo se sentían al tropezar con ellos con el rostro y ojos”. A veces decoraban las ramas con un bordado “tan sutil, que serían dignas de presentarse a un príncipe”. Concolorcorvo examinó con cuidado las hebras, cuyo grosor podía crecer “hasta finalizar en una hebra como la torcida de Calabria”. Supo que, “de estos hilos, hace la gente del campo unas toquillas o cordones para los sombreros, que sueltos se encogen y se estiran como de uno a tres. Su color natural es como el del capullo de la seda del gusano”.