
Una industria provechosa, pero devastadora
En “Las principales industrias de Tucumán”, trabajo de 1888 –destinado a una proyectada “Memoria descriptiva”- Federico Schickendantz proporcionaba referencias sobre la curtiembre local a fines del siglo XIX; de paso, advertía sobre la devastación de bosques por su causa. En 1887, según las estadísticas, había 36 curtiembres en Tucumán y se producía un millón de cueros curtidos por año.
Para curtir, Tucumán tenía “abundancia de material, rico en tanino”. En primer lugar, “la cáscara del cevil, cuya explotación grosera amenaza, empero, una cercana extinción de tan útil vegetal; y el quebracho colorado, abundante en el sur, en los montes de Santa Ana, y en el norte, cerca de Vipos; árbol amante de un suelo más seco, y del cual se usa el aserrín para curtir”.
Además, estaban “el guayacán y el churqui; el primero frecuente en los distritos limítrofes con Salta, el segundo común en los campos. Las frutas de ambas plantas –leguminosas- son particularmente ricas en tanino”. A ellas añadía “el molle de curtir (Duvaua)”, muy empleado en Catamarca, entre “varias otras plantas aplicables a esta industria”.
Expresaba Schickendantz que “el Gobierno Provincial piensa tomar medidas para impedir las devastaciones de los montes y así contener la exterminación del cevil, quebracho colorado, etcétera, fomentando la extensión de bosques en lugares apropiados, con plantaciones de árboles útiles como los arriba nombrados”. Subrayaba que las curtidurías habían alentado “el desarrollo de industrias que se proveen de su material, como la zapatería y la talabartería”. Había en la provincia 40 zapaterías (de las cuales 27 estaban en la ciudad) y 11 talabarterías.