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“LA SELVA DE LAURELES DE TUCUMÁN”. Una pintura del suizo Adolfo Methfessel.

La admiración de Navarro Viola hacia 1860.


Desde tiempo inmemorial, cronistas y viajeros han exaltado el contenido de los bosques de nuestra provincia. “Las maderas de Tucumán son admirables por su calidad, belleza y tamaño. Desde el pequeño arrayán y el grueso pacará hasta las elevadísimas tipas y cedros, todas las gradaciones de maderas imaginables de construcción y preciosas existen en los montes de esta feliz provincia, variadísimas en colores, en solidez, en vetas. Más de cien clases de madera son conocidas con su nombre indígena por nuestros campesinos y no son veinte las que se emplean aquí”, escribía admirado el doctor Domingo Navarro Viola, viajero porteño. Su artículo sería publicado póstumamente en 1864, en la “Revista de Buenos Aires”, que dirigía su hermano Miguel.

Agregaba Navarro Viola que “para dar una idea del grandor de algunos árboles, baste referir lo siguiente: conocido es de todo el mundo aquí el tronco del inmenso pacará de los montes de la Yerba Buena, del que se sacó por curiosidad una tabla de una sola pieza para hacer una mesa de billar de ley; y de una de sus ramas se cavó un bateón de sesenta barriles”. Informaba que “se exporta de aquí el cedro en tablas y el pacará en bateas, para las provincias de Cuyo en cargas, y para Córdoba y el litoral en tropa de carretas”.

Opinaba el doctor Navarro Viola que “sería de mucha utilidad perfeccionar los aserraderos, de los que sólo hay uno hidráulico, perteneciente al convento de Santo Domingo, de Lules; o introducir la máquina de sacar chapas, que sería tan útil, prestándose a exportar grandes cantidades de estas sin el gran estorbo del flete”. No dudaba que la belleza de las maderas de Tucumán y la variedad de las mismas “harán, luego que sean conocidas, abrir la codicia de los especuladores”.