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EN EL SIGLO XVIII. Dos vecinos del Tucumán, en uno de los dibujos de época confeccionados por el padre Julián Paucke. LA GACETA / ARCHIVO

Enviaron varios enfermos de Salta a Tucumán


En su “Historia civil y política del Tucumán”, redactada en 1809 e inédita hasta el año pasado, el párroco de Trancas, Miguel Martín Laguna, tiene curiosos párrafos sobre los enfermos de lepra en nuestra provincia, a los que se denominaba “lazarinos”.

Dice que Andrés Mestre -quien gobernó el Tucumán de 1778 a 1792- “por hacer más recomendable su policía, hizo al Tucumán el beneficio de echarle una bandada de lazarinos recolectados en Salta y su jurisdicción”. Comenta que “no tenían los tucumanos obligación de mantener hijos ajenos, ni porqué sufrir con paciencia a los que con tanta insipiencia echaron de su nativo suelo”.

Pero “por no usar de igual impiedad, ignorantes de las condición de este mal, los albergaron con más satisfacción de la que permite mal tan asqueroso y contagioso”. Y, dice, “de esto provino que este mal se conservase en esta jurisdicción y aunque no en abundancia, pero ya hay lo que antes no se conocía, gracias a tan gran político”.

Laguna había oído “que a estos enfermos les dan de comer lagartos crudos”, pero le parecía imposible que un médico recetase semejante “remedio bárbaro”. Sugería probar un recurso que le narró el franciscano Manuel Barreda. Según su versión, unos soldados extraviados en Misiones y acosados por el hambre, resolvieron matar a tiros a “la gran bestia” (era la expresión con que se designaba al tapir) y comerla. Y “del uso de sus carnes resultó que las propias se abriesen y purgasen sin mayor incomodidad; y sin otro remedio que el continuado uso de este alimento, sanaron perfectamente de sus nuevas y antiguas dolamas”.