Las “Memorias de un viejo”, de Quesada
En “Memorias de un viejo”, el doctor Vicente G. Quesada (1830-1913) narró su viaje a las provincias del norte en 1852. Vale la pena rescatar los párrafos donde narraba su llegada a Tucumán.
“A medida que me alejaba de la triste ciudad de Santiago del Estero, por la carretera que en esa época atravesaba un monte de cebil de altos troncos, de ramaje verde y umbroso, el aspecto geológico de la tierra iba cambiando. La vegetación era más lozana y más vigorosa, comparándola con los blancos salitrales y los arenosos territorios que acababan de impresionarme de un modo tan penoso, y en los cuales no crece la yerba, ni se arraiga el árbol”, escribía.
En ese momento, “empezaban a distinguirse en el horizonte las sierras de Tucumán, elevándose sobre todas, majestuosa e imponente, la cumbre nevada del Aconquija. Parecían varias montañas desiguales, que sobre planos distintos se elevaban sobre el suelo y alcanzaban alturas diversas formando, reunidas y a lo lejos, el basamento del alto cerro, a la vez que encuadraban el delicioso valle de Tafí”.
Caía la tarde, bañada en “tintas azules y nebulosas”. La silueta de la montaña “se dibujaba clara y distintamente visible sobre el cielo teñido de arrebol”. Todo se le presentaba “verde y fresco”. El campo “parecía saturado de humedad y las gramas y los árboles alegraban la vista y el espíritu”.
En la parte llana se distinguía la ciudad. El bosque que la rodeaba formaba “una silueta verde oscura”. Entre naranjos y limoneros, se divisaban torres blancas, que “parecían más altas sobre aquella base de verdura”.