Al inaugurarse su monumento a Avellaneda.
El 8 de junio de 1913, se inauguró el monumento a Nicolás Avellaneda en la ciudad porteña de ese nombre. Fue una ceremonia impresionante y convocó a una multitud. El elenco de autoridades estaba encabezado por el presidente Roque Sáenz Peña y el vicepresidente Victorino de la Plaza, y como invitado especial, asistió el general Julio Argentino Roca.
Diarios y revistas dedicaron gran espacio al acontecimiento, con abundancia de fotografías. Lo curioso es que ninguna de esas publicaciones, consignaba que la autora del monumento era la escultora tucumana Lola Mora.
La crónica de “Caras y Caretas” del 13 de junio, por ejemplo, incluye cuatro fotografías del acto, una de ellas a toda página. Detalla los discursos y comenta que “pocas veces una ceremonia de esta naturaleza es llevada a cabo con tanta solemnidad, concurrencia de altos personajes y oradores de talla”. Pero no menciona en absoluto a Lola Mora, quien era, por cierto, una auténtica protagonista.
No sonaban a raras tales omisiones. Por entonces los escultores eran, curiosamente, ignorados cuando se inauguraban sus obras. Así ocurrió por ejemplo, con el famoso monumento mendocino “El Cerro de la Gloria”, también de 1912. Paul Groussac deploraba que el nombre del autor, el escultor uruguayo Juan Ferrari, “no se deslizaba entre los pomposos ‘clichés’ de la oratoria oficial”.
No podía sospechar Lola Mora que el desaire de no citarla, era preludio de la catarata de impugnaciones a sus esculturas en el Palacio del Congreso, que terminarían con el retiro de ellas. Luego vendrían la recisión del contrato para el Monumento a la Bandera en Rosario, y finalmente el retiro de su “Fuente de las Nereidas” del céntrico emplazamiento original.