De 1826 a 1827 actuó en Tucumán y en el norte un singular personaje, que terminaría fusilado en Salta.
Durante la década de 1820, convulsionaron a Tucumán y al norte argentino los sangrientos episodios de la guerra civil. Por esos tiempos recorría la zona el viajero inglés Edmundo Temple. Capítulos de su libro de viajes, “Travels in various parts of Perú” (1930) tradujo y editó la Universidad (provincial todavía) de Tucumán, en 1920, con el título “Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en 1826”. En esas páginas, Temple relata su encuentro con el coronel colombiano Domingo López Matute.
“Vi un hombre de aspecto militar, bien montado, galopando hacia nosotros”, narra. Matute se detuvo y “saltó de su silla con un salto activo, lo que no le impidió un gran sable de dragones que, resonante, colgaba de una larga correa sujeta al cinto”. Sostuvo sus riendas un soldado de “fastuoso uniforme”, integrante de sus “Guardias Granaderos a Caballo de Colombia” Era el coronel “un hombrecito de unos 28 años de edad, regulares facciones y agudos ojos negros, vestido de una casaca militar azul”. Había comprado una “finquita distante algunas millas y se había establecido en ella recientemente”.
Llegada a Salta
No se sabe mucho de los orígenes de Matute. Las obras de referencia se limitan a informar que era un llanero de Colombia, oriundo del pueblo de Guardatinajas, en Guárico, y que había luchado en la guerra de la Independencia. Lo que sí se sabe es que en 1826 se presentó en Salta al frente de un escuadrón de 190 granaderos, según algunos, o de 100, según otros. Venían de Cochabamba. Disgustado porque lo postergaron en un ascenso, había resuelto abandonar su país y ofrecer sus servicios militares a las Provincias Unidas. Considerándolo desertor, el coronel colombiano Francisco Burdett O’Connor se internó en Salta para perseguirlo; pero Matute lo emboscó y lo derrotó completamente frente a Rosario de Lerma.
Ante ello, Burdett O’Connor se presentó al gobernador de Salta, general Juan Antonio Álvarez de Arenales, y requirió la entrega de Matute. Pero el gobernador se negó. Por el contario, recriminó a Burdett O’Connor por haber ingresado con tropas extranjeras, y dispuso que Matute se uniera a las fuerzas unitarias de Gregorio Aráoz de La Madrid, que luchaban contra el rosista Juan Felipe Ibarra, caudillo de Santiago del Estero.
Boda a la fuerza
Entretanto, en Salta, pronto un escándalo social rodeó al recién llegado. Según cuenta La Madrid en sus “Memorias”, el colombiano se había “casado violentamente” allí con Lucía Ibazeta. Se enamoraron “repentinamente” en un baile. Tan repentinamente, que de inmediato Matute la pidió en matrimonio a sus padres, don Pedro José Ibazeta y doña Vicenta Figueroa, gente acaudalada y de relieve.
Estos se negaron a autorizar la boda, por considerar al llanero de inferior posición social (apunta La Madrid que era hombre de color, “un pardo de pasas”). Entonces, Matute sacó a la niña del baile y obligó a un sacerdote a que los casara, ante el estupor y la furia de los Ibazeta.
Cuando Temple lo conoció, ya quedaban a Matute muy pocos granaderos: “la mayor parte habían sido muertos o heridos en las varias batallas o escaramuzas en que se habían ocupado después de dejar Cochabamba, y los escasos sobrevivientes se habían dispersado”.
Esposa triste
Cuenta que Matute residía en la que fue Posta de Yatasto. Invitó a comer allí al inglés y a sus compañeros, y les presentó a su esposa. Temple narra que “la dama era regular y agradable en su persona”, y que contaba “unos veinte años”. Pero lo asombró que en nada se notase que era recién casada. No había “ninguna manifestación de esa ligereza de espíritu que los corazones nuevos muestran en los primeros transportes del amor nupcial, cuando todo el mundo es un Edén de felicidad”.
Nada de eso. Luisa Ibazeta permanecía “sentada en silencio y aparte, envuelta en su chal, con sus largas trenzas negras cayendo sobre sus hombros y contrastando con su rostro pálido”. Temple comenta que “podía adivinar en ella a la víctima desventurada, no a la alegre partidaria del amor”. A causa de su marido, se hallaba “rechazada por padres, familia y amigos”, y “parecía suspirar desde el fondo de su corazón”. En suma, se percibía “una sombra de desgracia en la escena, cuya influencia era imposible dejar de sentir…”
Poco confiable
Antes de despedirse, Matute pidió a Temple que le enviara algunos libros de Derecho y de Economía Política, en castellano o en francés. El inglés le preguntó si no le interesaba alguna obra sobre táctica militar. Matute respondió: “no. Sé demasiado de la guerra, prácticamente, para tener el menor deseo de molestarme con su teoría; además, estoy perfectamente convencido de que, en la guerra, la valentía determinada triunfa en nueve casos de cada diez”. En su opinión, “los libros no pueden enseñarnos nada sobre el particular”. Tal fue la respuesta que recibió Temple de este personaje, a quien calificaría en su libro como “espíritu galante, inquieto e intrigante”.
Matute, en realidad, no era para nada confiable. A pesar de que Arenales lo había protegido, cuando iba rumbo a Tucumán para unirse a La Madrid, se encontró en Pozo Verde con Manuel Puch. Este lo convenció de que retrocediera y se uniese a las fuerzas de José Francisco “Pachi” Gorriti, que marchaban a poner sitio a Salta y derrocar a Arenales. Así lo hizo y el 7 de febrero de 1827, Gorriti y Matute deshicieron, en el sangriento combate de Chicoana, a las tropas de Francisco Bedoya, que venían en auxilio de Arenales. Durante la acción, los colombianos degollaron a varios oficiales en la iglesia del lugar.
Con La Madrid
Ya apoderado del gobierno de Salta, Gorriti volvió a enviar a Matute y sus granaderos para reforzar a La Madrid. El tucumano se entusiasmó un tiempo con el llanero, como que lo designó jefe de su Estado Mayor. Pero, iniciada la marcha sobre Ibarra, tuvo frecuentes problemas con los colombianos. Eran soldados sanguinarios, que se alcoholizaban con frecuencia y estaban acostumbrados a saquear viviendas y violar mujeres, atropellos que La Madrid tuvo que indemnizar. Y como si fuera poco, le llegaron versiones de que su jefe intentaba comunicarse con el enemigo.
De todos modos, Matute atacó, con sus granaderos y 50 “cívicos” tucumanos, el campamento de Ibarra en Los Robles, con gran éxito. Esto permitió a La Madrid (convaleciente aún de las serias heridas recibidas meses atrás en El Tala) ocupar la ciudad de Santiago del Estero.
De pronto, se supo que las fuerzas de Juan Facundo Quiroga llegaban en apoyo de Ibarra. Con el fin de aprestarse para el inminente combate, La Madrid retrocedió hasta Tucumán.
El Rincón
El 6 de julio de 1827 tuvo lugar la batalla de El Rincón del Manantial, donde el “Tigre de los Llanos” derrotó al ejército de La Madrid. Durante la larga y cruenta acción, los colombianos de Matute lancearon exitosamente al ala izquierda enemiga; pero la batalla se perdió -según La Madrid- porque retrocedieron de pronto los escuadrones que mandaban Gregorio Paz y José Ignacio Helguero.
En la retirada, por una infidencia del capitán colombiano Pereda, se enteró La Madrid de que Matute tenía intenciones de entregarlo a Quiroga. Entonces, le mintió que él se adelantaría hasta Trancas para buscar caballos y carne, y que lo siguiera. Pero ni bien lo perdió de vista, torció presurosamente el rumbo y, por el valle de San Carlos, se internó en Bolivia. No se volverían a ver La Madrid y el voluble colombiano.
Matute regresó semanas después a Salta. Al poco tiempo, ideó una revolución contra el gobernador Gorriti, su antiguo amigo. Pero llegaron a poder de este, antes de que se organizara el movimiento, cartas que Matute había enviado a sus oficiales instándolos a traicionarlo.
El fin de Matute
El colombiano quiso darle explicaciones, pero Gorriti lo hizo arrestar y formó un consejo de guerra que condenó a muerte al “condottiero”. Narra el historiador Antonio Zinny que, por consideración a Luisa Ibazeta, que estaba embarazada, Gorriti dispuso que el fusilamiento no se ejecutaría en la plaza, sino en la vecina chacra de Las Costas. En ese lugar, el guardián de San Francisco quiso oficiar previamente una misa. De pronto, Matute se abalanzó sobre el altar y arrebató el cáliz, amenazando con tirar las hostias si no lo indultaban. Esto alborotó al pueblo, hasta que Matute, viendo que no conseguiría el perdón, se sometió a la sentencia.
Otros dicen que obró así al saber que Gorriti había ordenado: “fusílenlo con el cáliz”. La versión que oyó Temple es que se trabó en lucha con sus guardianes y, en la confusión, quiso escapar en el caballo que le tenía listo un cómplice. Pero los soldados lo ultimaron a tiros antes de que pudiese montar.
De acuerdo a Zinny, a las once y media de la mañana del 17 de setiembre de 1827, enfrentó el pelotón el coronel Domingo López Matute. Este historiador añade que, para enterrarlo, como los grillos estaban demasiado ajustados, “fue necesario cortarle los pies”.