El ex gobernador Nazario Benavídez y los gobernadores José Antonio Virasoro, Antonino Aberastain y Amable Jones fueron bárbaramente asesinados.
El pasado de las provincias argentinas abunda en crímenes políticos. Pero nos parece que la historia de San Juan ostenta, en esa materia, un macabro récord. Se inició en 1858, cuando Justo José de Urquiza presidía la Confederación Argentina y todo el país -con la mayúscula excepción de Buenos Aires- acataba la Constitución que se sancionó en 1853.
En San Juan gobernaba Manuel José Gómez Rufino. Pero curiosamente, permanecía con la jefatura militar el general Nazario Benavidez, quien había estado al frente de San Juan en la época de Rosas, durante casi dos décadas. Lógicamente, abundaban las fricciones entre ambos. Se expresaron claramente en septiembre de ese año 1858, cuando Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza invadió San Juan y Gómez Rufino arrestó a Benavidez, acusándolo de complicidad con esos invasores.
Arresto y muerte
Estaba Benavidez en un reñidero de gallos el 19 de septiembre cuando lo apresaron y quedó confinado, con cadenas, en una celda. Días más tarde, al amanecer del 23, sus amigos intentaron rescatarlo. Entonces, el jefe de la prisión resolvió ultimar al preso de un balazo.
Según Julio Victorica, “un grupo de hombres a caballo se acercó a la prisión y descargó sus armas sobre ella. Entretanto, Benavidez era asesinado en su calabozo, para evitar que sus amigos lo salvasen”. Y “medio muerto -dice una crónica de entonces- fue enseguida arrastrado con sus grillos y, casi desnudo, precipitado de los altos del Cabildo a la balaustrada de la plaza, donde algunos oficiales se complacíeron en teñir sus espadas con su sangre, atravesando repetidas veces el cadáver y profanándolo hasta escupirlo y pisotearlo”.
El asunto tuvo gran repercusión nacional y enfrentó al presidente Urquiza -que era amigo y camarada del asesinado- con su vicepresidente, el sanjuanino Salvador María del Carril. Se dispuso la intervención a San Juan y el arresto y procesamiento de Gómez Rufino, sus ministros y varios magistrados.
Ataque a la casa
Posteriormente, y ya siendo Santiago Derqui presidente de la Confederación, fue elegido gobernador de San Juan el coronel José Antonio Virasoro. Era un hombre alto, “trigueño, de ojos grandes, negros, vivaces como las pasiones de fuego del alma que ocultaban”. Así lo retrata Lucio V. Mansilla, quien lo conoció en Paraná durante una fuerte partida de dados. Virasoro empezó a gobernar San Juan con dura mano. No daba descanso a los impuestos ni tregua a los opositores. Pronto se armó una conspiración para derrocarlo. A su frente estaba Pedro N. Cobo.
La mañana del 20 de noviembre de 1860 los alzados se apoderaron primero del cuartel de Virasoro, donde justamente ese día se había dado licencia a la mayor parte de los soldados. Luego lograron rendir a la guarnición del Cabildo. Simultáneamente, asaltaron la casa de Virasoro desde varios puntos, desencadenándose un infernal tiroteo.
Muerte de Virasoro
Mientras, desesperada, la esposa del gobernador corría por los patios con sus hijos pequeños. Cuando cesó el fuego había diez cadáveres en la habitación principal, devastada por el ataque. Yacían muertos el coronel Virasoro, su hermano Pedro, el edecán de gobierno Tomás Hayes, el teniente Rollin “y tres más que nunca quisieron rendirse”, según el parte de Cobo. Desde Entre Ríos, Urquiza condenó severamente el crimen mientras Bartolomé Mitre, desde Buenos Aires, no lo considero demasiado importante y más bien previsible.
A todo esto, para suceder a Virasoro, los sanjuaninos eligieron gobernador provisional a Francisco Coll, con Antonino Aberastain y Valentín Videla como ministros. El presidente Derqui nombró interventor en la provincia al gobernador de San Luis, Juan Saá, con dos secretarios porteños, Wenceslao Paunero y Emilio Conesa. Tenía instrucciones de “someter a los revolucionarios de la manera que juzgase más conveniente”. Antes de entrar en San Juan, Saá pasó una “nota amistosa” a Coll. Se le respondió que ya habían elegido gobernador propietario a Antonino Aberastain, por lo cual no tenía sentido el avance.
Cae Aberastain
Pero el gobernador de Mendoza, coronel Laureano Nazar, convenció a Saá que la vía dura era la única adecuada. Cuando supo que este se aprestaba a operar, Aberastain asumió la gobernación y, al frente de una pequeña tropa de 600 hombres, salió a enfrentarlo. El encuentro se produjo en La Rinconada del Pocito, el 11 de noviembre de 1861, con la previsible derrota de Aberastain y su captura. Al día siguiente, el infortunado gobernador era ejecutado. Según el diplomático Edward Thornton, “al prisionero, hombre muy robusto, se le obligó a ir a pie, sin calzado ni calcetines, sobre un terreno muy escabroso”, y después “de andar tres leguas pidió un caballo, o que lo mataran enseguida; y el oficial que estaba a cargo de la operación resolvió hacer esto último”. La explicación oficial fue que había intentado sobornar a los soldados.
Es imaginable el eco que tuvieron en Buenos Aires y en Paraná esto acontecimientos. Para Mitre, era “el más bárbaro de los atentados de que hacen memoria los fastos argentinos”; el “último estertor de la barbarie y la mazorca”. Para José Posse, según escribía a Sarmiento, “lo que se ha hecho en San Juan es la expresión del país: somos bárbaros”.
Conflictos de 1921
Pasaron los años, pasaron varios presidentes y llegó el nuevo siglo. A dos décadas de iniciado este, se produjo el nuevo asesinato de un mandatario de San Juan. Iba terminando el año 1921 y presidía la República don Hipólito Yrigoyen. Gobernaba San Juan un médico de 50 años, el doctor Amable Jones. Había llegado al sitial como mandatario de transición, apoyado tanto por los radicales “cantonistas” (esto es los seguidores de Federico, Aldo y Elio Cantoni) como por los que respondían a la conducción de Irigoyen. Pero pronto la convivencia se hizo insostenible.
Empezaron a atribular a Jones conflictos con la Legislatura, juicio político, choques con el Poder Judicial y similares problemas, que llegaron hasta el Congreso de la Nación. Este resolvió intervenir a San Juan, medida que Yrigoyen aceptó a regañadientes.
El comisionado Raymundo Salvat se trasladó a la provincia para estudiar el problema y elevó sus conclusiones al Ejecutivo. Yrigoyen decidió abruptamente dar por terminada la intervención; pero el Congreso, en desacuerdo, mandó intervenir nuevamente la provincia, medida cuyo cumplimiento Yrigoyen empezó a dilatar.
Tiran sobre Jones
En ese clima, nadie dudaba que algo violento iba a suceder. Y sucedió. El domingo 20 de noviembre de 1921, el gobernador Jones salió de la ciudad en auto, por la mañana, rumbo a La Rinconada, invitado a almorzar por Juan Meglioli, bodeguero de la zona que iba con ellos. Lo acompañaban el presidente de la Corte de Justicia, Luis Colombo; su amigo Humberto Bianchi y otras personas. Llegados a La Rinconada, de un almacén al costado del camino, salió de repente una turba de unas quince personas armadas con máuseres y carabinas que vivaban frenéticamente a Cantoni.
Hicieron una descarga cerrada contra el auto del gobernador. Bianchi y Colombo, heridos, lograron arrastrarse hasta una casa vecina. Pero Jones, que estaba ubicado del lado de los tiradores, no tuvo la misma suerte. Una segunda tanda de disparos lo derribó, a tiempo que estallaba contra su espalda una bomba de mano cargada con tachuelas y vidrios que terminó de matarlo. Ya Meglioli yacía sin vida dentro del auto. Los asesinos hicieron una tercera descarga contra el agonizante Jones. No falta quienes afirmen que el desalmado grupo se ensañó luego con el cadáver.
Hechos sugestivos
El asesinato causó estupor en todo el país, tanto por sus características como por los sugestivos hechos que lo rodearon. En efecto, Jones no llevaba escolta alguna y la policía de esa zona no se había dado por enterada de su visita. Además, a la misma hora, turbas armadas asaltaron comisarías, el cuartel de Bomberos y hasta un arsenal del Ejército. Sofocar todo esto corrió a cargo de las unidades militares de la provincia, con saldo de varios muertos y heridos.