Alimento preferido en la década de 1920.
En su “Historia de una afición a leer”, el tucumano Máximo Etchecopar -nacido en 1912- recuerda con admiración a los hombres de la Generación del Centenario como figuras arquetípicas de Tucumán. Y apunta que en ellas “el influjo intelectual predominante lo representaban la cultura y los libros franceses”.
Un propulsor de esa inclinación fue Paul Groussac, quien permaneció una década en Tucumán escribiendo y enseñando, y que “allí aprendió el manejo suelto y conversado del español, lengua en que habría de escribir en adelante tantas páginas maestras”. Y, a través de Groussac, “como dos grandes sombras tutelares, señoreaban Taine y Renan, éste en menor proporción que aquel”.
Añade Etchecopar que “estos famosos nombres del siglo XIX en Francia, ejercían a la distancia de tiempo y espacio un verdadero monopolio intelectual y literario. Era cosa de ver (curiosísima, rara cosa, si bien se advierte) que en un lugar tan apartado y a trasmano de las grandes líneas de fuerza de la cultura europea, como lo era nuestra ciudad, ocupasen los anaqueles de las bibliotecas tucumanas tomos y tomos de los autores nombrados y de otros afines a ellos”. Recordaba que, por ejemplo, en la biblioteca de su padre “figuraban, sin que faltase una sola, todas las obras de Taine y de Anatole France”.
Tales fueron, narra, “los primeros gérmenes vivos dejados caer sobre la tierra aún sin roturar, no removida aún, de mi niñez”. Y pasarían varios años, “siete por lo menos, sin que esas primeras semillas simbólicas, dejadas caer en mi alma tierna, diesen la menor señal de vida”.