PELLONES. Al promediar el siglo XIX, desde Tucumán se exportaban anualmente de 20 a 25.000 piezas al Litoral, a otras provincias y a Bolivia.
En 1854, el médico porteño Domingo Navarro Viola redactó, después de haber visitado esta provincia, unos reveladores “Apuntes sobre Tucumán”. Fueron publicados póstumamente en 1863, en el tomo III de “La Revista de Buenos Aires”, que dirigían su hermano Miguel y Vicente G. Quesada. En su descripción de nuestras artesanías, Navarro Viola se detenía en la fabricación de pellones y de randas. Decía que era un trabajo generalmente realizado por las mujeres, y que constituía una “manufactura de mucha importancia”.
Expresaba que “a pesar de ser la mitad de las mujeres aquí empleadas en su tejido y en el beneficio de sus útiles, hilan y tuercen la lana y el algodón, urden sus telas después de haber teñido sus hilos por medios muy trabajosos y pesados, y finalmente los tejen, tardando muchos días en concluir un pellón. Este último es penosísimo: lo trabajan en un telar perpendicular de palo brusco y sientan cada línea de su tejido, golpeando repetidas veces con una tabla bastante pesada y lisa, para comprimirla e igualarla. No hay pellonera que no sufra prontamente las enfermedades del pecho”.
Informaba que “veinte o veinticinco mil pellones se sacan anualmente de aquí para los mercados del Litoral y Bolivia y para las otras provincias, pues ninguna les compite en calidad y en firmeza de colores. Su precio varía desde tres pesos hasta dos onzas, que valen los de trama de seda”. Pensaba Navarro Viola que “máquinas a propósito y mejores en los procederes del tejido, harían un gran bien. Mejores y más baratos, aumentarían su consumo, y la exportación dejaría, a la vez que la utilidad pecuniaria, un gran número de brazos libres para dedicarse otros trabajos, como el cultivo del gusano de seda y la cosecha de algodón, que son trabajos más a propósito para las mujeres”.