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DAMA TUCUMANA. Una miniatura del pintor Ignacio Baz, ejecutada hacia los años 1840.

Conceptos de Juan Bautista Alberdi, en 1834.


“El tucumano de la primera clase tiene por lo común fisonomía triste, rostro pálido, ojos hundidos y llenos de fuego, pelo negro, talla cenceña, cuerpo flaco y descarnado, movimientos lentos y circunspectos. Fuerte bajo un aspecto débil; meditabundo y reflexivo, a veces quimérico visionario, lenguaje vehemente y lleno de imaginación, como el del hombre apasionado, y lleno de expresiones nuevas y originales; desconfiado más de sí que de los otros, constante amigo pero implacable enemigo, suspicaz, de tímido; celoso, de desconfiado; imaginación abultadora y tenaz, excelente hombre cuando no está descarriado, funesto cuando está perdido”, escribía Juan Bautista Alberdi en su “Memoria descriptiva sobre Tucumán”, de 1834.

Una de sus conclusiones era que el tucumano del pueblo era “el más apto para la guerra”, mientras el del sector distinguido lo era “para las artes y ciencias”. Pero “por grande que sean por otra parte las diferencias que existen entre estas clases, ellas están, no obstante, sujetas a muchas circunstancias que son comunes a ambas”. Eso sí, todo habitante de Tucumán tiene “una sensibilidad ejercitada y despierta”, y por esto “se hallan por lo común dotados de insinuante fisonomía, voz dulce y sonora”.

En cuanto a las mujeres, “tienen por lo común pálida la tez, ojos negros, grandes, lleno de amor y voluptuosidad, cuya mirada, que parece una súplica o pregunta amorosa, es de una terrible dulzura. Su ordinaria constitución melancólica les da un pecho ligeramente metido, hermosa espalda, talle delicado, caderas algo avanzadas”. El conjunto, “muy frecuentemente reproducido en las inmortales producciones de Rafael, produce una hermosa mezcla de sensibilidad, candor, simpatía y encanto”.