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EL PALACIO DE TRIBUNALES. Una de las decoraciones de la fachada, realizada por el escultor Juan B. Finocchiaro. LA GACETA / ARCHIVO

Un recuerdo admirativo de Juan Heller.


El 15 de febrero de 1939 se inauguró el Palacio de los Tribunales. “En los anales judiciales, señalaremos como fasto este día en que se coloca a la magistratura en el ambiente de decencia y comodidad que el progreso reclamaba. La fábrica es magnífica y adecuada a su destino por el decoro de su arquitectura, por los detalles de su disposición, por la correspondencia de sus ambientes diversos con el temple de la tierra”, expresó el presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Juan Heller.

Evocó a los magistrados que lo precedieron. Expresó su admiración para “los iniciadores de nuestra organización judiciaria, y para quienes los siguieron de inmediato y debieron aplicar los primeros códigos en una sociedad forjada en medio de la violencia y de las pasiones”.

Muchos de ellos no sólo fueron jueces sino también legisladores. Pero “el poder no oscureció la sabiduría, ni el temor quebrantó sus conciencias. La vida provinciana tampoco los volvió enemigos del progreso, porque los vemos enfrentarse a las mudanzas de los tiempos y analizarlas con sabia discreción, naturalizando a las que la realidad imponía”.

Añadía que la erudición de aquellos jueces “era sólida por clásica, la bibliografía escasa pero se amplía de inmediato, apenas la vida moderna les presenta una fase de su actividad. Su exégesis era vigorosa: había amplitud en la interpretación, firmeza en las decisiones y severa elocuencia forense en el estilo”. En suma, afirmó Heller, “cimentaron el prestigio del Poder Judicial, y allí tuvo comienzo el respeto y la consideración que la judicatura tucumana, jamás intervenida, mereció siempre a los poderes públicos nacionales y provinciales”.