El relato “Tucumana” en su “Prosa ligera”.
El autor de “Juvenilia”, Miguel Cané (1851-1905), vino a Tucumán en 1876, en la comitiva de periodistas que rodeaba al presidente Nicolás Avellaneda, con motivo de la inauguración del ferrocarril. En “La selva de la Yerba Buena”, artículo que luego se compilaría en el libro “Ensayos”, narró sus amenas impresiones de esos días. Y en su “Prosa ligera” (1903) volvería a referirse a nuestro paisaje y a nuestra gente. Lo hace en el breve relato titulado “Tucumana.”
Allí, ofrece una “postal”, como se dice ahora, de los trabajos y los días del industrial Juan Andrés Segovia, fundador, en Tucumán, de un ingenio azucarero en torno del cual había crecido un pueblo. La fábrica estaba emplazada en “un extenso y lujoso valle completamente rodeado por colinas de poca elevación que lo defendían como una cadena de baluartes”.
En realidad, se trata de una mirada cariñosa sobre la vida en un establecimiento de ese tiempo, con sus peculiaridades sociales y económicas. Personajes son su hija Clara, el capellán Isidoro, el ingeniero norteamericano Miquel Barclay y el maestro y músico español Benito Morreón. Se esmera Cané en narrar sus costumbres, entre pequeñas anécdotas cargadas de humor, así como en cronicar veladas y conversaciones.
Los habitantes del ingenio “no sólo encontraban allí una vida de paz y tranquilidad, sino también aquel secreto halago que tan profundamente han de haber sentido nuestros padres y que para nosotros se ha desvanecido por completo, arrastrado por la ola del cosmopolitismo democrático: La expresión de respeto constante, la veneración de los subalternos como a seres superiores, colocados por una ley divina e inmutable en una escala más elevada; algo un vestigio vago del viejo y manso feudalismo americano”, escribe.