Aquel caso del teniente Márquez, en 1888
Terminaba febrero de 1888, cuando una noticia consternó a la ciudad de Tucumán. Un golpe de caballo había fracturado el cráneo de un joven militar, Maximiliano Márquez, teniente 1° de Artillería del Ejército. Nada se pudo hacer para salvarlo. El periódico “Tucumán Literario” explicaba que la caída le produjo “una inflamación, la ‘meningua encefalitus’ invadió el noble órgano del cerebro y no tardaron en presentarse la afasia, convulsiones y parálisis”. Murió el 3 de marzo, en la casa de don José Padilla, a la que lo llevaron en los primeros momentos.
Márquez revistaba entonces como comandante de la guarnición local. Había estado, el año anterior, entre los “juaristas” que derrocaron el 12 de junio al gobernador Juan Posse. Miembro de una familia tucumana tradicional, a los 26 años era un personaje muy querido. Según “Tucumán Literario”, más “de 100 coches formaban el cortejo fúnebre, y más de 2.000 personas acompañaron hasta el cementerio el féretro, la mayor parte a pie”.
Detrás del golpe de caballo, parece que había cierta historia trágico-romántica que se comentaba entre susurros y cuyo secreto Márquez se empecinó en llevar a la tumba. La versión oficial era la de un percance de jinete. Pero el periódico citado hablaba de “la verdad fría de una celada cruel”, y apuntaba que “en vano la generosa víctima proclamaba, momentos antes de perder la razón, que un golpe de caballo le había hundido y macerado el cráneo”. Al despedir sus restos, Román F. Torres dijo que el difunto “era generoso y noble, y por eso hasta en el lecho de muerte y en el delirio de la agonía, no pronunció el nombre de sus asesinos”.
¿Qué hubo detrás de la muerte del teniente 1° Maximiliano Márquez? A ciento veinte años de distancia, el secreto ya es imposible de develar.