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EN UNA EXCURSIÓN. Los científicos en El Cadillal, en 1916. El segundo desde la izquierda, de corbata moñito y sombrero negro, es Miguel Lillo. LA GACETA / ARCHIVO

Gente destacada en la reunión de 1916


Uno de los actos culturales importantes de las fiestas del Centenario en Tucumán, en 1916, fue la realización de la Primera Reunión Argentina de Ciencias Naturales. El suceso congregó a destacados naturalistas, como Holmberg, Ambrosetti, Gallardo, Doello Jurado, Boman, Hicken, entre otros; y, por cierto, nuestro Miguel Lillo.

Tocó al rector de la Universidad, doctor Juan B. Terán, pronunciar el discurso de cierre. Advirtió la importancia de atender a las leyes de la naturaleza. “Sólo un sentido profundo de la realidad crea la verdad y la belleza o, para decirlo técnicamente, una cultura”, dijo. La naturaleza enseña la armonía íntima, en medio de la aparente discordancia. Y de su visión y observación puede surgir una filosofía, como lo demostró Darwin, señalaba Terán.

Consideraba que a los estudiosos de la naturaleza se les contagiaban virtudes propias de ella: “la sencillez, la desconfianza de lo externo, el horror al ruido, la tolerancia de los errores”. Y mientras plazas y parlamentos se llenan del vocerío de quienes creen dirigir los sucesos, el naturalista sonríe. Porque advierte “cuán pequeños son y cuán dependientes del apartado laboratorio en que se escudriña la naturaleza, y del que puede salir un día la destrucción biológica de una plaga vegetal o humana, una fuente desconocida de verdades o de bien, capaces de trastornar el destino de un pueblo o de su historia”.

En su diario personal, Terán anotó: “Son hoscos estos señores naturalistas. También hay entre ellos emulaciones y envidias”. Pero, “¿dónde está el grupo de hombres que no las tienen?”.