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ESTILO ÚNICO. Páez de la Torre (h) tenía un don, dice Barba. la gaceta / foto de Héctor Peralta (archivo)

El presidente de la Academia Nacional de Historia recuerda los inicios de Carlos Páez de la Torre (h) en la institución. Prosa galana y amena, el sello del tucumano para sus pares.


Se conocieron en el V° Congreso de Historia Argentina Nacional y Regional a fines de los años 70. Ese encuentro, en Resistencia, fue el inicio de un extenso camino juntos, recuerda el Dr. Fernando Enrique Barba, presidente de la Academia Nacional de la Historia.

En aquella época, ninguno de los dos sospechaba que 30 años después serían miembros de número de la junta creada por el general Bartolomé Mitre y otros cultores de la historia argentina en 1893.

“La partida de Carlos Páez de la Torre (h) ha sido un golpe muy duro para los miembros de la institución” cuenta Barba. Y recuerda que la última vez que se vieron fue en agosto del año pasado. “Lo había notado muy cansado”, rememora.

Hoy el señorial edificio donde funciona la Academia, el mismo donde sesionó el antiguo Congreso Nacional, permanece cerrado “por razones de fuerza mayor” dice un texto en letras rojas en su sitio web. Debajo, el rostro del historiador tucumano, académico de número de la institución, ilustra el anuncio de su partida.

¿Cómo conoció a Carlos Páez de la Torre?

Recuerdo, si no me equivoco, que nos conocimos en Resistencia, Chaco. Allí se realizaba el V° Congreso de Historia Argentina Nacional y Regional. Era el año 1979, me parece; de esto no estoy muy seguro. En esa época yo ya me había recibido como profesor en Historia (1964) y me había doctorado un tiempo después en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de La Plata. Desde siempre hice docencia en el nivel superior y me dediqué a la investigación. Y a Carlos lo conocí en ese encuentro. Pero la vida siempre nos cruzó en distintas circunstancias.

¿Cómo llega Páez de la Torre a integrar la Academia Nacional de Historia?

El gestor de la candidatura fue el profesor Armando Raúl Bazán, un cordobés asentado desde hace muchísimos años en Catamarca. A Bazán lo había presentado muchos años antes mi padre, que fue presidente de la Academia durante 12 años. La presentación del candidato o candidatos suele hacerse en sesión privada y para ser electo es preciso reunir los dos tercios de votos de los académicos de número presentes en la sesión. Fue en el año 2001 cuando resultamos electos miembros de número de la academia. Los dos juntos. Unos años después fuimos vicepresidente y vicepresidente 1° de la institución.

¿Qué cree usted que distinguía al Dr. Páez de la Torre?

Había algo que lo diferenciaba y era su estilo de fácil llegada para aquellos que no eran historiadores. Su prosa era galana y amena. Era muy lindo escucharlo, porque su forma era muy didáctica. Era claro, conciso, sin usar palabras estrafalarias. No le hacía falta. Tenía ese don.

¿Por qué destaca esa virtud?

Porque considero que la historiografía en los últimos años se ha profesionalizado mucho, a partir de carreras en el Conicet y el incentivo hacia investigadores. Muchos se han convertido en historiadores titulados. Pero Carlos tenía un estilo diferente. Lo que lo diferenciaba de los escritores “profesionales” era su modo ameno y la forma siempre original de presentar la cuestión.

¿Cuál considera que ha sido su aporte a la cultura?

Sin dudas su especialidad era la historia de los tucumanos. Lo que ha hecho Carlos en estos años en el diario LA GACETA, todos sus libros referidos a Tucumán han sido de gran construcción para la cultura. De hecho, para los festejos del Bicentenario de la Independencia, Carlos fue un nexo ineludible entre la Academia y la provincia. Qué decir sobre su obra. Textos únicos sobre Avellaneda, Paul Grossac o Alberdi. No creo que haya en la actualidad quien se interese como lo hizo él en la historia de su provincia. No podremos encontrar con su estilo a otra persona.

¿Una anécdota?

Carlos era muy ameno en las tertulias. Tenía una memoria asombrosa para los dichos de personajes pintorescos. ¡Siempre sacaba de la manga una cita de algún personaje y a veces hasta textuales! Sobre todo si se trataba de Paul Groussac, siempre lo tenía muy en su recuerdo. La gente cree que quienes hacemos historia somos seres diferentes a los comunes. Pero tenemos momentos simpáticos y alegres. Como todos.

Por Carolina Cervetto / La Gaceta