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ALEJANDRO DE HUMBOLDT. Busto ubicado en los jardines del Rectorado de la UNT. Se lo inauguró el 24 de mayo de 1929.

El busto de Humboldt tiene muy alto valor. Es obra del máximo escultor alemán del siglo XIX, cincelada con el modelo al frente. Solamente hay dos ejemplares en el mundo: uno en Washington y el otro en Tucumán.


Es sabido que Alejandro de Humboldt (1769-1859) realizó una memorable expedición de estudio a nuestro continente, en compañía de Aimé Bonpland. Esa campaña -donde observó, midió, cartografió y relacionó todos los datos recogidos- se extendió de 1799 a 1804, y valió al aristócrata prusiano ser considerado como “el descubridor científico de América del Sur”. Su viaje marcó “un punto de inflexión de la ciencia europea y de la relación entre Europa y América Latina”

En los jardines del Rectorado de la Universidad Nacional de Tucumán se alza un imponente busto en bronce de Humboldt. Es poco o nada conocido el enorme valor que tiene esa pieza escultórica. Y menos, la sabrosa historia que rodeó su logro y su emplazamiento en ese sitio. Un trabajo inédito de doña Leonor Schmidt de Würschmidt proporciona los datos para reconstruirla.

Un amigo en Berlín
Todo empezó en el verano de 1926, cuando el rector y fundador de la Universidad de Tucumán, doctor Juan B. Terán, se encontraba de viaje por Europa. Durante su estadía en Berlín, según narra él mismo en “Lo gótico, signo de Europa”, cierta tarde lluviosa se sentía “aislado por el desconocimiento de la lengua, desconcertado por la arquitectura y los gustos de la ciudad”. 

Así “entristecido por la lluvia y el extrañamiento, al pasar frente a los jardines de la Universidad, todavía silenciosa por las vacaciones”, divisó la estatua de mármol de Alejandro de Humboldt sentado, en los jardines. Lo alegró “como la presencia de un viejo conocido”. Terán agrega: “me había encontrado sin duda con un ‘americano’. ¿Quién lo había sido más cabalmente que él?”

América del trópico
Y no era sólo un americano. Sucedía que Humboldt había “descripto y amado la América de los trópicos”. De ella, razonaba Terán, “era una porción la montaña donde yo había nacido, el terruño tucumano, con sus bosques profundos, su lujuriosa faramalla de epifitas, las quebradas rumorosas y húmedas, los torrentes magníficos, las lluvias diluvianas que los crean, las puestas de sol, el vivero de estrellas de su cielo”. 

Con esos pensamientos, al día siguiente regresó al lugar -la entonces Opernplatz- con su esposa, doña Dolores Etchecopar. Depositaron, al pie de la estatua, “una corona de dalias cactus y de una rama de abeto”.

Y Terán dejó una carta en el despacho del rector. Le expresaba que “si al salir usted mañana encuentra al pie de la estatua de Humboldt una corona de flores, deseo que sepa que un oscuro escritor argentino ha puesto en ella el testimonio de la gratitud que siente hacia el hombre de ciencia extranjero que sirvió más abnegadamente la cultura de América, porque ha catalogado su riqueza natural, revelado su geografía, inquirido profundamente su pasado y su espíritu, y descripto su suelo en páginas de belleza insuperada…”

Afanosa búsqueda
Al volver a Tucumán y a la Universidad, el rector Terán planteó, en reunión de profesores, la conveniencia de que la casa colocara, en sitio destacado, una efigie del célebre sabio. Todos estuvieron de acuerdo, y se acordó que los catedráticos alemanes –José WürschmidtRodolfo Schreiter y Walter Greve– se encargarían de obtener un busto de Humboldt. Pero Terán quería que resultara “una verdadera obra de arte, no un producto cualquiera”, testimonia doña Leonor. 

Entonces, empezaron los profesores a pensar dónde podían encontrar ese busto diferente al que podría modelar, por encargo, un escultor contratado. El doctor Würschmidt tenía un vago recuerdo a ese respecto, pero no lo podía precisar. Enviaron cartas a funcionarios, museos y academias alemanas, pero nadie parecía capaz de sacarlos del paso. Les llegaban ofertas, pero ninguna proponía la imagen ideal. Las averiguaciones los llevaron finalmente a Munich, a la entonces famosa casa Von Miller, de bronces.

La pieza de Rauch
Resultó que allí se había fundido el que se consideraba como mejor busto de Humboldt, modelado por Christian Daniel Rauch (1777-1857). Este era el más renombrado escultor alemán del siglo XIX: su aclamada tarea artística culminó con el monumento a Federico El Grande, inaugurado en 1851 en Berlín, ciudad donde fundó, además, la Escuela de Escultura. Su Humboldt era un trabajo encargado por la Institución Carnegie, de Washington. 

En ese momento “se disipó la neblina en el subconsciente de Würschmidt”. Recordó que, en sus días de estudiante en Munich, había visitado el archivo de la fundición Von Miller, y lo había impresionado con fuerza el modelo de yeso de aquel busto. Como conocía personalmente a Rupert von Miller, uno de los socios de la firma, las negociaciones por carta se aceitaron. Y el jefe de la casa, Ferdinand vonMiller(h), se mostró encantado con la idea de Terán y prometió toda su ayuda.

Copia única y fiel
Inclusive narró Ferdinand que, siendo niño, había conocido personalmente a Alejandro de Humboldt. Y que su padre, íntimo amigo del sabio, solía recordar a menudo que el busto de Rauch era “tan parecido que hablaba”. No era extraño, puesto que el escultor lo ejecutó frente al modelo en pose. La magistral pieza mostraba, comenta doña Leonor, “la sabia y bondadosa sonrisa, matizada sólo de un ínfimo destello de superioridad, tan característico de Humboldt”. 

Von Miller facilitó entonces el yeso de Rauch que conservaba, y mandó preparar, por sus “mejores artistas”, una copia fiel y ampliada del mismo, como “única excepción”, para vaciarla en bronce. Según las instrucciones de Terán, debía tener las mismas proporciones del busto de Dante Alighieri, inaugurado en 1924 en los jardines del Rectorado, ya que se lo colocaría a su frente.

Todo esto implicaba un gasto muy superior al módico presupuesto de la Universidad. Se inició entonces la búsqueda de fondos. Miembros de la colectividad alemana de Tucumán, así como establecimientos comerciales de la ciudad y amigos de la casa de estudios, hicieron sustanciales contribuciones. En noviembre de 1928, una información publicada en LA GACETA solicitaba nuevos aportes que, cualquiera fuese su monto, se recibían en la calle Las Heras (hoy San Martín) 330.

En Tucumán
De esta manera, pudieron afrontarse los costos del fundido, del transporte del bronce hasta Tucumán y de la construcción del adecuado basamento. 

Finalmente, la copia “fiel y única” del busto de Rauch llegó a Tucumán. Se la emplazó en el lugar que había sido programado: allí se encuentra hasta hoy, y esperamos que para siempre. Se eligió para descubrirla el 24 de mayo de 1929, víspera del día en que la Universidad Nacional de Tucumán celebraba los primeros tres lustros de su inauguración.

Fue un acto magnífico. Asistieron, además de las autoridades y profesores de la casa, el gobernador de la Provincia -y luego rector de la UNT- ingeniero José G. Sortheix. Este descorrió, entre aplausos, el velo que cubría la efigie del famoso sabio y viajero. El doctor Würschmidt habló en nombre de sus compatriotas, para entregar a la casa este monumento al “gran indagador de la tierra americana y del mundo universal”. Recordó, al comienzo, la génesis de la pieza, y destacó el apoyo de los Von Miller, del Museo de Munich y del Ministerio de Instrucción Pública prusiano y bávaro. En nombre de la Universidad, agradeció el doctor Juan Heller.

De esa manera, Tucumán vino a tener una auténtica obra de arte, de gran firma. Nuestro busto y el de Washington, de la Institución Carnegie, son los dos únicos de Humboldt, ejecutados por Rauch frente al modelo, que existen en el mundo.