
Francos recuerdos de Marcelino de la Rosa
Don Marcelino de la Rosa (1810-1892) antiguo vecino de Tucumán, hijo de Antonio de la Rosa-Robles y de Dolores Toledo-Pedraza, dejó unas “Breves apuntaciones” autobiográficas, escritas en 1852. En ellas habla de don Antonio sin pelos en la lengua. Su carácter, narra, “era tanto más duro y seco con los de su casa, cuanto era jovial y alegre con los de la calle. Con los años mejoró mucho”.
“Sobre todo, conmigo era con quien ejercía toda su dureza y malhumor de su carácter. Mi padre, a quien en mi niñez jamás conocí una sonrisa, ni un buen modo al hablarme, era, además, muy cruel conmigo. Cuando por alguna necesidad, o porque él me llamase, me ponía en su presencia, debía pararme militarmente, bien derecho, con los brazos cruzados y la vista baja: el alzarla era una rebelión contra su autoridad paterna”.
Sigue su relato. “¿Qué más podía exigirse de un esclavo? ¿No hay en esto algo de las costumbres orientales? No culpo en nada a mi padre; culpo únicamente a las preocupaciones de su tiempo. El más leve defecto, el más trivial descuido, era corregido con azotes”.
Añade que “yo les tenía un terror pánico. No era el miedo a los azotes lo que me hacía temblar, tampoco era el dolor que me hacía sufrir: era solamente la vergüenza de ser azotado. Era yo, o muy humilde o muy orgulloso. No sé lo que sería en este tiempo. Por este tratamiento, tenía que huir de la presencia de mi padre. Cuando él entraba a la única sala que había, yo salía, y cuando él salía, yo entraba, siempre huyendo de él; pero no podía retirarme de aquel recinto porque entonces había azotes”.