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COMISIÓN RECOLECTORA. Firmas de Helguera, Villafañe, Posse, Rodríguez y Méndez, al pie de una de las cartas que requerían donaciones de libros. LA GACETA / ARCHIVO

Para la biblioteca de Tucumán, en 1869.


Como es sabido, el Colegio Nacional de Tucumán abrió sus puertas en 1865. Tenía una pequeña biblioteca, heredada del Colegio San Miguel, casi toda de textos escolares. El historiador Rodolfo Cerviño proporciona su inventario completo, y comenta que la escasez obligaba a adquirir libros en Rosario o Buenos Aires.

De todos modos, era la única biblioteca. En 1868, un decreto del presidente Domingo Faustino Sarmiento mandó que fuera pública. Esto porque, expresaba, “la carencia de libros y de establecimientos donde se facilite su lectura, es una de las causas que retarda el progreso moral e intelectual de los pueblos del interior”.

En Tucumán, fueron comisionados para enriquecer esa biblioteca un grupo de ciudadanos expectables: Federico Helguera, Benjamín Villafañe, José Posse, Eusebio Rodríguez y Juan Crisóstomo Méndez. Ellos imprimieron una carta que, con sus firmas autógrafas, enviaron a gente destacada de la Argentina y de países vecinos.

Expresaban que tenían el encargo oficial de promover donaciones de libros. “Y nosotros creyendo, desde luego, que usted mirará este generoso pensamiento con la misma benevolencia y simpatía que nosotros, hemos acordado pedirle su concurso, en la inteligencia de que, por humilde que sea el contingente con que quiera favorecernos, llevará siempre en sí el sello de una importancia muy especial”.

La carta que hemos visto estaba dirigida a Félix Frías, en Chile, y fechada 11 de octubre de 1869. Le indicaban que la donación debía entregarse a Mariano Sarratea, “residente en Valparaíso”.