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EL ANTIGUO SISTEMA. La caña para fabricar miel y chancacas se procesaba, en los años veinte, en pequeños trapiches tirados por mulas. LA GACETA/ ARCHIVO.

Impresiones del francés Jules Huret.


“La sierra del Aconquija, con su nevada cumbre, aparece al frente de nosotros. En derredor nuestro, a la derecha, a la izquierda, por detrás y hasta el pie de los montes próximos, se extiende la inmensa llanura plantada con caña”, escribió el periodista francés Jules Huret, nuestro visitante de 1910. Editaría sus impresiones en los dos tomos del libro “De Buenos Aires al Gran Chaco”, que pronto se tradujo al castellano.

En la superficie plantada, “trabajan millares de operarios. Su labor consiste en cortar las cañas una a una, con un golpe seco de su largo machete, que se introduce a dos pulgadas bajo tierra para cortar las plantas por su base. Luego les quitan las hojas con tres golpes rápidos de cuchillo, el último de los cuales corta al vuelo la verde cabeza de la caña, que los operarios lanzan con un gesto elegante a un montón que está a diez metros de distancia”.

Las cañas “se acumulan rápidamente. La habilidad y la precisión de los segadores de cañas son notables. Esos operarios son indios mestizos, flacos, de brazos nudosos, pecho estrecho y cabeza menuda. Su tez es anaranjada, la nariz perfilada, los ojos muy negros y los cabellos espesos como hilos de coser y negros como el alquitrán”.

Huret hallaba “sorprendente” la “persistencia del tipo indio” en todos los habitantes de Tucumán. La percibía “diluida sin duda por la multiplicidad de las mezclas, pero manifiesta en los orificios de la nariz, en la forma de los ojos, más grandes, más negros y alargados y de córnea más blanca; en el dibujo de la boca, que da a la sonrisa cierta expresión de dulzura que no se observa en los hijos de españoles puros”.