Carrizo y la posibilidad de Buenos Aires
En 1940, el Museo Etnográfico de Buenos Aires mostró intenciones de dar un nombramiento en la Capital a Juan Alfonso Carrizo, quien en esos momentos seguía recopilando material para los “Cancioneros”, en Tucumán.
La posibilidad alarmó al doctor Ernesto Padilla, y lo manifestó en carta del 7 de diciembre al doctor Alberto Rougés. Le parecía que Carrizo debía quedarse en Tucumán. En Buenos Aires, “será como cualquier centroamericano culto o entretenido. Habrá interrumpido su tarea y malogrado la obra orgánica que, completa, será su glorioso título en la cultura argentina”.
Recordaba que Carrizo “aún no ha concluido el Cancionero del Tucumán: le falta Catamarca. ¡Nada menos que Catamarca! Y le falta salvar deficiencias en que ha incurrido, y que él puede salvar en Tucumán, por medio de discípulos que discipline desde el foco que encienda en la Universidad”.
Juzgaba que “irremediable mal se hará a la Universidad de Tucumán, si Carrizo deja la obligación de estar en su seno”. Sin él, la creación de un Instituto de Folklore no tendrá “ni permanencia ni proyección didáctica”.
En suma, “yo lamento la desviación de destino de la vida de Carrizo, a quien tanto admiro y quiero. Ya viene a Buenos Aires. ¡Adiós Monteros! ¡Adiós homenaje a Domingo Díaz! ¡Adiós randeras! ¡Adiós fiesta de la primavera campesina, honrando en Monteros las tradiciones que guarda!”. Insistía. No debía dejarse que Carrizo abandone la Universidad de Tucumán. “Aunque se necesite forjar cables especiales, hay que amarrarlo a esa casa donde está el centro de su gloria definitivamente fecunda”.