Salteño pero tucumano adoptivo, Patricio Gallo descolló en la prensa, hizo versos menores y fue amigo de Sarmiento
A nadie le suena hoy el nombre de Patricio Gallo, y sólo lo citan, a veces y muy de paso, los libros que se ocupan del pasado. No tenemos su retrato. Sin embargo, durante las décadas de 1870, de 1880 y comienzos de la de 1890, fue uno de los periodistas más populares de Tucumán. Parece justo, para la historia de nuestro oficio, dejar asentados los pocos datos que de él pueden pescarse.
Patricio Gallo era salteño de Rosario de la Frontera, pero desde adolescente se radicó en Tucumán. El gran orador Silvano Bores evocaría que “creció en Tucumán y se educó en su Colegio (el Nacional), amando tanto a su madre adoptiva, que cada alejamiento le costaba una enfermedad mortal; y para curarla tenía necesidad de cantarla en sus versos o de recordarla en su prosa”. No llegó a completar el bachillerato, porque se dedicaría de cuerpo y alma al periodismo.
Amigo de Sarmiento
Empezó como colaborador en El Cóndor, en 1877. Luego, según la nómina de Manuel García Soriano, lo sería también de Los Debates, de El Porvenir, de Tucumán Literario y El Orden, así como reportero de La Razón, de La Unión y de La Opinión.
El periodismo le dio oportunidad de entrevistar a hombres importantes. A algunos les cayó muy bien, y se convirtieron en amigos. Por ejemplo, Domingo Faustino Sarmiento. Fue en el álbum de Gallo que el autor del Facundo dejó escrita una larga página, datada en su último día de visita a estas tierras, de 1886.
Allí echaba una mirada sobre su vida, se entusiasmaba ante los progresos de la provincia, y decía que “a la sombra de sus fructíferos naranjos”, había recuperado la salud.
Las líneas finales eran honrosas para nosotros. “ Al pueblo de Tucumán que se ha constituido mi amigo, lo instituyó el legatario universal de mi memoria; no como ella es, en la prosa de la realidad, sino como quiso el joven Gallo en unos versos que le pido consigne aquí, o como lo desea La Razón al desearme feliz viaje, hoy 18 de agostó de 1886”.
Un “repórter”
Gallo leyó el texto de Sarmiento en el teatro Belgrano, en la velada del 23 de setiembre de 1888, donde se rendía el gran homenaje póstumo al prócer, fallecido días atrás en Asunción del Paraguay. Se publicó luego en Tucumán Literario.
Era alguien que estaba siempre en movimiento. La Guía Ilustrada de Tucumán, de Colombres y Piñero, editada en 1901, publicó un artículo evocativo, “El periodismo en Tucumán”, firmado con el seudónimo “Un viejo”. Decía allí que “los corredores de noticias o reporters, como se los llama actualmente”, habían sido “relativamente escasos en la provincia”. Pero entre ellos, apuntaba, “figura en primera línea el inolvidable Patricio Gallo, amigo de los viejos y de los jóvenes y de los extranjeros de todas las nacionalidades. A todos conocía, con todos tenía que hacer, y para todos tenía una sonrisa, una palabra o un saludo. La cartera de Patricio estaba siempre nutrida de datos para el diario, y cuando caía a La Razón, escribía y hacía escribir para saciar la avidez de una docena de tipógrafos”…
Escribir, escribir
Bores aseguraba que “personal e intelectualmente, fue uno de los jóvenes más conocidos del norte argentino, por haber dejado en todas partes amistades, anécdotas y versos”. Lo consideraba “un inagotable proveedor de materia prima en el orden de las ideas”. Alguien que “dejaba hebras finas, que otros recogían para vestir un pensamiento bueno, destinado a circular con valor positivo entre hombres de inteligencia cultivada”. Es que Gallo “no podía estar un cuarto de hora sin conversar o escribir lo que pensaba; sobre todo lo último, pues escribía siempre, habiendo conseguido, tal vez por esa perseverancia, traer a muchas de sus composiciones poéticas algo del alma de Bécquer y no pocos de la de Heine, como a sus escritos de tradiciones y costumbres, el tono original y casi inimitable de Ricardo Palma”.
Buena tarea sería, para un investigador de las letras locales, pesquisar los trabajos poéticos de Patricio Gallo en los viejos diarios.
Poeta menor
En Tucumán Literario, por ejemplo, se publicó su composición “El Aconquija”, dedicada a “mi querido amigo Silvano Bores”.
Exaltaba conmovido la naturaleza tucumana, que mucho había apreciado en sus viajes a caballo por el cerro: “Cuán bello era mirar tu cima enhiesta/ de cedros y laureles coronada/ desde el jardín hasta la más modesta/ florecilla en tus faldas columpiada./ Cuando inundaba con su luz la aurora/ ver platear tus claros manantiales/ y pender de la caña cimbradora/ los nidos de los rojos cardenales”…
Pero prefería Gallo estampar en los diarios otro tipo de literatura: breves estrofas satíricas y risueñas que le salían al correr de la pluma. Por ejemplo: “Porque tienes el cabello/ del color del oro en polvo,/ tu padre, que es avaro,/ no quiere que tengas novio”. O “ Decía un juez bastante soez,/ al bribón de un litigante/ ¿Me quieres enseñar, tunante,/ cuando envejezco de juez?/ Y contestó el lengua larga:/ También en mi lugarejo/ conozco un burro muy viejo/ que jamás supo de carga”.
En el cólera
Fue un problema el hecho de que Gallo firmaba tan ligeros versitos con las iniciales PG, que eran las mismas de Paul Groussac. No faltaba quienes atribuyeran al maestro francés esas composiciones menores, cosa que lo enfurecía, como recuerda la evocación de “Un viejo”.
Cuando cayó sobre Tucumán la epidemia de cólera, entre diciembre de 1886 y febrero de 1887, Gallo tomó parte activa en la asistencia de las víctimas, que fueron varios miles. Recordaba Bores que “ese derrochador de pensamientos, era tan avaro en sus grandes acciones, que a nadie cedía el paso en los grandes sacrificios. En las horas tristes y enlutadas del cólera, fue uno de los primeros y más activos miembros de la Cruz Roja; el peso de cientos de camillas encallecieron sus hombros; así como, en hospitales y casas particulares, el calor de sus manos y la abnegada bondad de su corazón, reanimaba, alentando, a otros tantos moribundos… ¡Cuánta actividad y cuántos sacrificios no gastara en esos días de terribles y dolorosos recuerdos!”.
La enfermedad
Actuó en política en modesta segunda fila, en el Partido Liberal que apoyaba con fervor al presidente Miguel Juárez Celman. Como el periodismo le significaba “pan para hoy y hambre para mañana”, ya que sólo conseguía un puesto fijo en breves tramos, buscó el paraguas simultáneo del empleo público. Lo nombraron secretario de la Cámara de Diputados de la Provincia.
A comienzos de 1893, su salud decayó rápidamente. Tanto, que el 3 de enero de ese año trató la Cámara el proyecto de acordar a Gallo una “jubilación con sueldo íntegro”. Decían los fundamentos que “los largos años de continuo y laborioso trabajo en ese puesto”, y los servicios prestados a la Provincia “en distintos cargos y ocasiones, ya rentados, ya gratuitos y esporádicos en carácter de beneficio, han arrebatado al señor Gallo su salud”. Al extremo de que, en los últimos tiempos, “ha sido para él un verdadero sacrificio el desempeño”. Curarse le requeriría “largos y solícitos cuidados, siendo difícil, si no imposible, que logre completo restablecimiento”. Claro que, finalmente, los legisladores no fueron tan generosos. A la hora de votar, resolvieron acordarle un año de licencia con goce de sueldo, en lugar de la jubilación.
El adiós
Patricio Gallo no llegaría a completar ese lapso. Regresó a su Rosario de la Frontera natal para esperar la muerte, que le llegó el 27 de agostó de 1893, exactamente a las 7,40 de la mañana. Tenía apenas 32 años. Narraba Bores que, cuando lo visitó, un mes antes, Gallo, “sonriendo con profunda tristeza”, le dijo: “Me llama la tumba y te pido que, al caer la primera palada de tierra sobre mi cuerpo, caigan con ellas tus palabras de despedida, para ver si los muertos aún conversan con los amigos desde el fondo de la tierra”. Muy afectado, Bores hizo un esfuerzo y le contestó risueñamente: “Si yo parto primero, tú me harás un soneto”.
El Orden despidió conmovido, en un artículo recuadrado con franjas de luto, a este “repórter y brillante cronista”, aunque poeta menor. “Atravesó este mundo soñando, sin noción exacta de las realidades de la vida, dejándose llevar por las ilusiones de su fantasía ardiente”, decía. “Su alma de niño, su corazón abierto a todos los nobles sentimientos, la alegría ingénita de su espíritu”, le crearon “generales simpatías, cariños sinceros, amistades entrañables”.