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JUAN LEON PALLIERE. Retrato al lápiz, obra de Edóuard Quesnel, ejecutada en 1864. LA GACETA / ARCHIVO

Juan León Pallière inicia el viaje, en 1858


En 1854, el pintor francés Juan León Pallière viajaba a caballo de Salta a Tucumán. A las 5 y media de la madrugada llegó con sus compañeros a la posta de El Tala, última de territorio salteño: la próxima era Trancas.

En su diario, Pallière narra en detalle la experiencia. Desensillaron las mulas y acomodaron sus arreos y baúles en un cobertizo que daba acceso a dos cuartos. La posta era “un agrupamiento de pequeñas casas dejando en el medio un gran patio abierto a medias: a cien pasos están los corrales, recintos para los caballos”.

Cuenta que “mientras preparamos nuestras camas, Tomás hace fuego y nos trae mates. Los tomamos sentados o extendidos sobre nuestros colchones. Una mujer entra en la pieza cuya puerta da hacia nuestro cobertizo, pieza ocupada en ese momento por un albañil que trata de curar las heridas recibidas en un combate a cuchillo”.

El relato sigue. “Mientras Tomás nos hace un caldo a la luz de la luna, vamos con D.S. (¿?) a hacer una visita al rancho que se encuentra a un centenar de pasos. Regina Virgen y su madre Francisca Paula Sardina nos reciben de la manera más amable”. D.S. las había tratado en un viaje anterior, y quedaron amigos, pues “en estos países las relaciones se hacen rápidamente”. Les ofrecieron “naranjas, mates y una especie de excelente caña anisada de Tucumán”.

A juicio de Pallière, “el extranjero más prevenido no puede dejar de sorprenderse de la gracia, la educación de salón, la facilidad de conversación que se encuentra bajo esos techos que en Europa no los habitarían más que campesinos”.