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CALLE MORENO 162. La vivienda del ilustre tucumano, en una foto de 1913, tomada en los días previos a su demolición.

En la casa de Avellaneda de Buenos Aires.


En 1906, en “El Diario” de Buenos Aires, se publicaba un elogioso artículo sobre Nicolás Avellaneda. Estaba firmado con el seudónimo “Almaviva”. Describía el estilo del distinguido presidente tucumano, su modo de escribir, su fisonomía “expresiva, maliciosa, interrogadora”.

Dedicaba largos párrafos a describir la residencia de Avellaneda, ubicada en la calle Moreno 162 de esa capital. Expresaba que “la casa era algo como uno de esos bosques olorosos y enervantes de Tucumán, cuyos perfumes ahogan a los no habituados a vivir entre venenos. Respirábase allí una atmósfera embriagadora, que halagaba los sentidos y mareaba, haciendo concebir las fantasías que trae consigo el vino generoso, y acaso el ´haschisch’; las flores opulentas del jardín tucumano llenaban los patios de esa casa, y hasta sus habitaciones particulares: en el dormitorio había magnolias, jazmines, azahares… ¡Aquel hombre vivía en una atmósfera de carburo de hidrógeno!”.

Hacia cualquier parte que uno dirigiera la mirada en esa vivienda, “hallaba interceptado el campo por las hojas inmensas de plantas tropicales, de entre cuyos brazos arqueados salían flores fragantísimas. Avellaneda aspiraba el perfume con delicia y decía que él se sentía bien en esa atmósfera, y que sin ella no podía vivir.”

“Almaviva” apuntaba que, en el hogar, Avellaneda era “un hombre bueno, sensible, afable, cariñoso con su familia”. Tenía el arte “de hacer hablar a los demás, y siempre se nos ocurrió, viéndolo en su salón rodeado por tantos hombres distinguidos a los que sabía hacer producirse y lucir sin que ellos lo sospecharan, que tenía algo de aquel talento de que se jactaba Sócrates: el de lograr que los espíritus den a luz”.