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PATRIOTAS COMBATIENTES. A fines de 1812, la deuda de sueldos con ellos ascendía a la cuantiosa suma de 22.000 pesos. LA GACETA / ARCHIVO

Había que atender a soldados y civiles.


Desde su cuartel de Tucumán, el general Manuel Belgrano, a fines de 1812, estaba de acuerdo con el Triunvirato sobre la atención que merecían “los ciudadanos virtuosos, perseguidos por el infortunio y sacrificados a la causa de la patria, que desde el principio de nuestra gloriosa revolución han tomado, en las provincias del Perú, una parte principal en la honrosa empresa de aniquilar a los tiranos y restituir la libertad a sus compatriotas amados”.

Muchos de ellos, decía, “han perdido su hogar, sus bienes, sus deudos y sus amigos, por seguir con firmeza la heroica resolución de morir antes que dejar de ser libres”. Laceraba al general, decía, “la imposibilidad de llenar la medida de mis deseos” a su respecto: era algo que ponía “en continuo tormento mi corazón”.

Recordaba, en su nota del 12 de diciembre, que la deuda de sueldos del mes anterior, sin contar la contraída con las tropas de refuerzo que le enviaron, ascendía a “veintidós mil y tantos pesos”. En Tucumán, expresaba, “no hay absolutamente fondos que sufraguen gastos tan considerables que, como de primera necesidad, deben ser preferidos a los socorros que merecen aquellos infelices ciudadanos”.

Sin embargo, agregaba, “jamás los he separado de mi vista y he procurado atender, del modo que lo han permitido las circunstancias, a los más necesitados, en quienes he advertido un fondo de virtud que no he considerado común en todos”. Decía que “los tendré siempre presentes para dispensarles la protección que merezcan, y acomodarlos en aquellos destinos en que siendo útiles a la patria, reciban de ella una prueba de gratitud por su heroico sacrificio”.