Fácil relación de Avellaneda con su elenco.
En su texto biográfico sobre Nicolás Avellaneda de “Los que pasaban” Paul Groussac subraya que el presidente tucumano dejaba amplia libertad a sus ministros, sin perjuicio de poner su sello personal a cada acto importante de su administración. “Pero esta intervención, de más está repetirlo, nunca tendió a coartar la necesaria independencia de cada ministro en lo relativo a designación de personal y resolución de los asuntos ordinarios; siendo obvio que delibere con su ciencia y conciencia los actos administrativos, quien aparece como responsable de ellos”.
Pasando revista a su elenco de colaboradores, es innecesario agregar “que el avocamiento presidencial de ciertas cuestiones no revestía carácter imperativo ni clandestino. La influencia casi siempre decisiva, del presidente en la solución de los negocios de Estado, ya se manifestase en un acuerdo de gabinete o en una simple conferencia con el ministro interesado, sólo resultaba, en cordial y libre discusión, de la vista más clara y argumentos atendibles por aquél emitidos”.
Los adversarios de Avellaneda le achacaban que “gobernara con discursos”, refiriéndose a las arengas decorativas destinadas al público. ”Olvidaban denunciar la expresión más frecuente y efectiva de la elocuencia presidencial, que era la producida en los discretos y sustanciosos coloquios del gabinete”. Además, la acción innegable de Avellaneda “no se cumplía, adentro como afuera de la Casa Rosada, por otra autoridad que la del convencimiento, o sea, la autoridad de la razón”. Piensa Groussac que “esta labor política interna y personal del presidente, paralela pero nunca contraria a la oficial del gobierno” puede corroborarse en la posterior publicación de su correspondencia.