A los 22 años, lo retrató Pellegrini padre.
El ingeniero francés Carlos Enrique Pellegrini (1800-1875), padre del presidente, antes de encarar su memorable obra profesional en Buenos Aires, desplegó gran destreza de pintor y de dibujante. Ejecutó, en cinco años, unos 800 retratos de damas y caballeros porteños. Los retratados posaban unas dos horas y pagaban el trabajo en onzas de oro.
Al lápiz de Pellegrini se debe la primera efigie que se conserva de Juan Bautista Alberdi, quien desde comienzos de 1825 permanecía estudiando -con intervalos- en la capital del Plata. El dibujo está fechado en agosto de 1832. El tucumano tiene entonces 22 años y se advierte su cuidadoso esmero en la vestimenta. Juan Pablo Oliver -fiel a su malquerencia hacia Alberdi- examina la efigie con bastante sarcasmo.
La describe como “peinado batido o ‘tupé’ a ‘la moda de Julio’, de grandes y oscuros ojos de pájaro que miran sin remontar en excesivo vuelo, nariz recta algo prominente, boca grande con labios plegados en fino rictus irónico, lo más característico de su persona. De talla corta, cenceño, viste con distinción frac negro de anchas solapas, cuello alzado sobre la barbilla, corbatín y chaleco de piqué blanco con dos brillantes en la pechera, todo a la última moda presentada en Buenos Aires por el sastre míster Coyle, quien seguía la escuela de Brummell”. El conjunto, piensa Oliver, “debía darle, en sus pininos de danzarín, el simpático aspecto de un pichón de tero o urraca tucumana de salón”.
Comenta Jorge Mayer que esta magra figura “transmite la alegría, la inteligencia alerta de los años juveniles”. En realidad, no se advierte especial alegría. La imagen tiene seriedad y, mirándola bien, hasta un aire de preocupación. Es una característica de todos los retratos de Alberdi. Pasarán casi dos décadas hasta que vuelve a retratarse, en Chile.