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JUAN MARÍA GUTIÉRREZ. En este daguerrotipo de 1853, aparece al centro, entre Delfín Huergo y Benjamín Gorostiaga.

Amistad de Alberdi, Echeverría y Gutiérrez.


Como se sabe, el tucumano Juan Bautista Alberdi fue enviado a estudiar a Buenos Aires en 1824, cuando recién había cumplido los catorce años. El futuro autor de las “Bases” recordaría siempre que, en esa ciudad, había dos personas que “influyeron mucho en el curso de mis estudios y afición literaria: don Juan María Gutiérrez y don Esteban Echeverría”. Conoció primero a Gutiérrez, y este le presentó a Echeverría.

Ambos, narra Alberdi, “ejercieron en mí ese profesorado indirecto, más eficaz que el de las escuelas, que es el de la simple amistad entre iguales. Nuestro trato, nuestros paseos y conversaciones, fueron un constante estudio libre, sin plan ni sistema, mezclado a menudo con diversiones y pasatiempos del mundo”.

A Echeverría, afirmaba, “debí la evolución que se operó en mi espíritu, en favor de lo que se llamó espiritualismo. Echeverrría y Gutiérrez propendían, por sus aficiones y estudios, a la literatura; yo, a las materias filosóficas y sociales. A mi ver, yo creo que algún influjo ejercí en este orden sobre mis cultos amigos. Yo les hice admitir, en parte, las doctrinas de la ‘Revista Enciclopédica’, en lo que más tarde llamaron el ‘Dogma Socialista’. Yo tenía invencible afición por los estudios metafísicos y psicológicos. Gutiérrez me afeaba esa afición y trataba de persuadirme de mi aptitud para los estudios literarios”.

Los tres jóvenes fueron acogidos cariñosamente en el hogar de María Sánchez de Mandeville. Ella, a juicio de Alberdi, les infundió “el espíritu de buen gusto, la cultura del trato, las maneras europeas del buen tono, el gusto por lo simple y distinguido, el amor del progreso de la cultura argentina”.