
El fundador del Museo de la Ciudad porteño.
El 8 de este mes, murió en Buenos Aires el arquitecto José María Peña. Merece un recuerdo en esta columna de evocación. Visitó varias veces Tucumán y alentó resueltamente a Sara Peña de Bascary, entonces directora del Museo “Avellaneda”, para iniciar en la Casa Padilla un “Museo de la Ciudad”. Comenzó con aquellas memorables muestras “La vieja ciudad”, “Los locos 20” y “Nuestro Periodismo”, de 1978, 1979 y 1980, que lamentablemente no se reiterarían. El libro “Nuestra Buenos Aires”, edición de LA GACETA de 1982, obra de Aldo Sessa y Manuel Mujica Láinez, contó con su expresa colaboración.
Peña había fundado en 1968 el soberbio “Museo de la Ciudad”, en Buenos Aires, que ahora tiene tres sedes siempre concurridas por multitud de visitantes. Fue el más celoso defensor del patrimonio urbano de esa ciudad donde había nacido en 1931 y que conocía al dedillo. Gracias a Peña, se rescataron de la demolición -o de la basura- los testimonios más variados de la vieja vida cotidiana: puertas, pisos, baldosas, cornisas, vestimenta, vajilla y un larguísimo etcétera.
Logró la ordenanza de Protección del Casco Histórico porteño; impulsó dos ferias, hoy permanentes y famosas (la de San Pedro Telmo y la de las Artes); escribió libros y artículos. En “Letra e imagen de Buenos Aires”, “Mágica Buenos Aires”, “Rincones de Buenos Aires”, por ejemplo, su erudición apoyó las renombradas fotografías de Aldo Sessa.
Adorador del pasado y erudito de ojo certero, Peña era un hombre de trato encantador, dispuesto siempre a fomentar la conservación de testimonios de los tiempos idos. Su muerte crea un gran vacío entre quienes piensan que eso es parte clave en la cultura de un pueblo.