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LOS AÑOS DIEZ. Aspecto de la calle Las Heras (hoy San Martín), al 600, mirando hacia el poniente LA GACETA / ARCHIVO

Dejaba el pasado con gran velocidad


Un artículo de la revista “Fray Mocho”, en 1912, trazaba una apreciación sobre nuestra ciudad en aquella época. “El viejo Tucumán de la leyenda y de la vida apacible, hace largo tiempo que ha cedido su puesto a otro Tucumán industrial y abigarrado”, afirmaba el periodista.

“La mecánica y el cosmopolitismo se han encargado de dar el último golpe a los pocos restos coloniales que hasta hace dos décadas prolongaban recuerdos seculares. La vieja carreta arrastrada por bueyes o por mulas obedientes a las voces sonoras del indígena, ha sido sustituida por el tranvía eléctrico con su ruidosa campana y su cable amenazante”.

Al mismo tiempo, había desaparecido la vendedora de miel y de arrope, reemplazada por la nutrida oferta callejera de baratijas. “La arquitectura de tejas rojas cocidas, de las puertas anchas y hospitalarias y de las rejas salientes, se va esfumando y va siendo humillada por el esqueleto mecánico de Norte América”.

De ese modo, “ya le queda muy poco de florido y de aquel carácter de selva tropical descripto por los poetas. Ya no le sienta el nombre de ‘San Miguel de Tucumán, Jardín de la República’. Los azahares de los limoneros y de los naranjos, han caído donde se yerguen los postes industriales de electricidad, y ha progresado victoriosamente su gran industria azucarera”.

Sin embargo, “el antiguo espíritu se prolonga en las gentes del país. La tradición se aparta ante los empujes del tiempo nuevo y deja pasar un torrente impetuoso de la energía moderna, pero reconcentrando indiferencia. Así, Tucumán tiene hombres idealistas, poetas y estudiosos que consagran largas vigilias para evocar la época que se extingue y salvarla del olvido”.