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JUAN FACUNDO QUIROGA. El jefe federal a caballo, retratado en una litografía de Bacle. LA GACETA / ARCHIVO

Anécdota de su estadía en Tucumán.


El tucumano Benjamín Villafañe (1819-1893) actuó largamente en las guerras civiles, como secretario de La Madrid. Luego sería gobernador de Tucumán. En sus “Reminiscencias históricas de un patriota” (1890), trata duramente al general Juan Facundo Quiroga. Expresa que se le podía aplicar aquella descripción del “Corsario”, de Byron: “allí donde se fijaba el gesto feroz de su cólera, la esperanza se desvanecía y la piedad huía suspirando”.

Pero, agrega, “ese tigre tenía momentos de hombre”. Narra que cuando ocupó Tucumán luego de batir a La Madrid en la batalla de La Ciudadela, Quiroga “robaba, azotaba, mataba”. Sucedió que, en uno de esos tristes días, “un pobre paisano se presentó a su puerta y, con voz suplicante, pidió hablar una o dos palabras con el general”.

Quiroga, desde una habitación vecina, escuchó la solicitud. Dijo a uno de sus ayudantes: “haga usted entrar a ese hombre, pero prevéngale que si dice más de dos palabras lo hago fusilar en el acto”. Al oírlo, cuenta Villafañe, “el desventurado se santiguó”, pero avanzó hacia Quiroga, sacándose el sombrero, y le dijo: “Mi mujer y yo”…

Y “al llegar aquí, apoyó la uña de su dedo pulgar en uno de sus dientes superiores, dejándolo escapar en seguida hacia delante; lo que para todo gaucho medianamente entendido quería decir: los soldados de usted me han robado, mi mujer y yo estamos perdidos si usted no remedia tanta desdicha”.

Agrega Villafañe que la salida fue tan inesperada, que Quiroga se puso “a reír con benevolencia, si no con ternura, delante de ese infeliz, ordenando en seguida que se le devolviese dos veces lo perdido”.