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STEWART SHIPTON. El coleccionista fue administrador del ingenio Corona y primer intendente de Concepción. la gaceta / archivo

Sobre el singular caso de Stewart Shipton


El 19 de enero de 1939, el doctor Alberto Rougés, presidente de la Comisión que administraba el legado de Miguel Lillo, escribía entusiasmado al doctor Ernesto Padilla. Acababa de lograr el primer tercio de un subsidio nacional, lo que le permitía cierta adquisición importante para la institución.

“Ya estamos en condiciones de formalizar la compra del Museo Shipton”, expresaba. Se refería a la colección de piezas embalsamadas que formó Stewart Shipton, administrador del ingenio Corona y primer intendente de Concepción. “La fundación educativa del Museo será extraordinaria, dada la forma en que se hallan acondicionadas las piezas y su distribución en grupos biológicos al estilo de la naturaleza”.

Consideraba Rougés que “allí aprenderán a conocer y amar a ésta, muchas generaciones tucumanas. Colocaremos en la sala en que se exhiban las colecciones, un retrato de Shipton y una placa recordatoria. Al menos esto me parece bien. Shipton es una muy honrosa excepción de la regla de hoy entre nosotros, de la incultura de los dirigentes de la economía, de su falta de señorío”.

Apuntaba que “la formidable irrupción de arte en el Renacimiento italiano”, ocurrió porque “los poderosos de la tierra eran cultos; tan cultos que aun empleaban la fuerza para evitar que un gran pintor se alejara de sus dominios. Un gran señor sabía reconocer el genio de un artista que se iniciaba en el arte. El pueblo, en cambio, no es capaz de esto, sólo percibe la gloria consagrada. Como lo vio Cristo, el pueblo mata a los profetas vivos y levanta monumentos a los profetas muertos”. Había, pues, que honrar a este dirigente “auténticamente culto”.