
La carta a Tucumán de un sacerdote francés.
Una de las actividades que ocuparon al célebre Amadeo Jacques (1813-1865) en esta región, antes de radicarse en Tucumán (1858-1862) para dirigir el flamante Colegio San Miguel, fue una ambiciosa empresa de colonización en el Chaco santiagueño, que finalmente no prosperó. Se asoció para ese intento con don Evaristo Etchecopar (1821-1869), industrial francés radicado en Tucumán desde mediados de la década de 1830.
A un piadoso hermano de don Evaristo, el presbítero Augusto Etchecopar (1830-1897), hoy en proceso de beatificación, lo inquietó aquel socio. El 20 de agostó de 1856, desde Oloron, Francia, escribía a su hermano. “Nos hablas a menudo de Amedée Jacques, que parece jugar un papel importante en la nueva empresa. Ahora bien, en 1848, un tal Amedée Jacques, profesor de Filosofía en el colegio Louis Le Grand y en la Escuela Normal, fue expulsado de la cátedra por la propia Universidad”, le decía alarmado.
Agregaba que esa casa de estudios, “con lo amplia que es en asuntos de creencia y de moral, creyó no poder soportar en su seno a un hombre que soltaba las máximas más impías. Podría citarte una frase de este señor (del resto muy competente) pero que no hace honor ni a la inteligencia ni a la dignidad humana”.
Le advertía esto “para tu gobierno y sólo a ti. Se puede ser tan honesto como se quiera; por mí, guiado por las luces más sencillas del sentido común, no confiaría nunca mis intereses a un hombre que no cree ni en Dios, ni en el infierno y que mira al catecismo como a ‘un libro embrutecedor y que animaliza’. Esas personas no temen sino a los hombres; y si son lo bastante poderosas como para no temerlos, son capaces, dice Voltaire, de pisarlos en un mortero”. La carta se transcribe en el tomo I de “Cartas del P. Etchecopar”.