La frecuente “apoplejía” en el siglo XIX
En sus coloridas “Tradiciones”, el historiador salteño Bernardo Frías pasa revista a las dolencias más comunes en la época de la Independencia y las guerras civiles. Una era la denominada “costado”, o sea la pulmonía; la otra, el derrame cerebral, que se denominaba “apoplejía”, a la que nos referiremos. Apunta que “la calidad y fortaleza de los estómagos, las antiguas costumbres y la clase de alimentos”, daban ocasión a que la apoplejía “se produjera en cualquier estación del año, más aún durante las noches cálidas del estío”. Tenía su razón de ser.
Había gentes prudentes “que almorzaban a las nueve de la mañana, comían a las tres de la tarde, tomaban la llamada ‘colación’, un ligero caldo a las diez de la noche”. Así, “podían dormir con la digestión ya producida, con el estómago liviano, como para que el hambre venidero no quitara el sueño apetecido, siendo lo más sano e higiénico del sistema”.
En cambio, “aquellos varones cuyos estómagos eran capaces de devorar un cabrito o la mitad de un ternero”, comían a veces “a la medianoche, esto es, a las doce o a la una de la madrugada. ¡Y qué cenas! Salchicha a la española, revueltos de chancho, huevos encima y algún costillar asado por debajo, dejaban con esto al estómago bullente, repleto y ansioso de trabajar. Mas con aquella carga, el pobre órgano no podía entrar en sus debidas funciones, porque el extremoso cenador pasaba en seguida a ocupar derechamente el lecho, acariciado por aquel sueño traidor, que el estado de la digestión difícil produce. De sueño cotidiano, dulce y tranquilo al parecer, pasaban sin sentirlo, ni pensarlo y menos quererlo, al sueño eterno. Era la apoplejía que daba cuenta de él”. Por eso rezaba la copla: “Más muertos nos dan las cenas/que las guerras de Turena”…