Una aguda semblanza para “La Biblioteca”.
Meses antes de que el tucumano Julio Argentino Roca fuera elegido (1898) presidente de la Nación por segunda vez, el escritor Enrique Larreta trazó su semblanza para la revista “La Biblioteca”. Apuntaba que “nadie logró hasta ahora arrebatarle el consulado de los intereses políticos del interior en la metrópoli”, a ese hombre que “ha vivido desarmando resistencias y aplacando iras de las pasiones populares”. En ese momento, era “el expresivo resumen del momento político en que actúa”.
Opinaba Larreta que “no hay en su fisonomía moral, un solo rasgo que no responda, con singular armonía, a alguna modalidad política del país. De allí que sus defectos le hayan sido tan favorables como sus cualidades”. Su estilo político, “por más de un rasgo de firmeza florentina”, hacía pensar “en el arte sigiloso y seguro de los dominadores italianos del Renacimiento, ennoblecido por un espíritu civilizado y benigno. Diríase un Sforza amable y celoso de la opinión”.
A pesar de que “a veces toma la política como un juego y abusa de la destreza, es por lo general prudente y, sobre todo, enemigo de las actitudes revoltosas”. Pero es más apasionado de lo que el vulgo sospecha: ocurre que “toda fuga íntima se recoge de nuevo al ir a brotar por sus ojos fríos o sus labios perpetuamente plegados en una sonrisa impasible”. Si fuera un antiguo ateniense, tal vez llevaría grabada en su anillo la leyenda “Disimulo y paciencia”.
Candidato seguro a la presidencia, “su vida se abre sobre un nuevo horizonte, lleno de enigmas. Todo puede resultar: lo generoso y lo execrable. Por eso la indignación prepara sus piedras y la apoteosis sus coronas”.