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SAN JOSÉ DE LULES. Público frente al antiguo convento, en una foto de fines del siglo XIX.

En las memorias del médico Juan H. Scrivener


El médico inglés Juan H. Scrivener visitó Tucumán en 1826. En sus memorias, dedicó varias páginas a aquella estadía. Narra, por ejemplo, que un sacerdote dominico, a quien identifica como “Padre Antonio”, prior del convento de San José de Lules, los invitó a almorzar allí. Scrivener aceptó gustoso y, dice: “después de alquilar caballos para la galera, la llenamos de señoras, mientras nosotros las escoltábamos a caballo”.

El camino a Lules “corría por una hermosa llanura donde vimos grandes extensiones sembradas de maíz, trigo y cebada en abundancia, con muchas variedades de árboles frutales, entre los que se encontraban la higuera y la tuna. Esta llanura pertenecía anteriormente a los jesuitas y abarcaba un territorio de muchas leguas. Ellos fundaron el convento, que con todas sus pertenencias está destruyendo rápidamente”. El edificio estaba “soberbiamente situado, levantándose sobre una pequeña eminencia en la llanura, al pie de una enorme y rica montaña boscosa”.

Agregaba Scrivener que “hay pocos habitantes en este antiguo convento. Sus celdas, a excepción de dos o tres, están ahora desiertas y se ve el pasto crecido en las resquebrajaduras del piso embaldosado, donde antes los monjes paseaban sus sandalias y sus horas, o donde, tal vez de un humor más alegre, hacían sus ejercicios espirituales, en espera del tañido de la campana que llama al anochecer, o el alegre tintineo que invita al refectorio”. Los visitantes fueron agasajados con “una comida canonical magníficamente servida”. La mesa “estaba repleta de fuente numerosas, pero lo que más llamó nuestra atención fue un enorme pavo que el buen fraile colocó en el centro”. Dos horas más tarde, regresaron a la ciudad, tras despedirse del padre Antonio, “deseando que Dios de guardara por mil años”.