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FLAMANTE MONUMENTO. Así se veía la plaza San Martín en 1910, pocos meses después de inaugurarse la estatua del Libertador. LA GACETA / ARCHIVOFLAMANTE MONUMENTO. Así se veía la plaza San Martín en 1910, pocos meses después de inaugurarse la estatua del Libertador. LA GACETA / ARCHIVO

Críticas a la estatua de nuestra plaza


Como se sabe, en nuestra plaza San Martín se alza una estatua ecuestre del Libertador, fundida en bronce. No se conoce la identidad del autor. Simplemente parece ser una réplica de la que el francés Louis Joseph Daumas realizó para la plaza San Martín de Buenos Aires.

Se descubrió el 24 de mayo de 1910, sobre un basamento de mampostería. El diario local “El Orden”, en el artículo de redacción “La estatua de San Martín. Argamasa y ladrillo”, la criticó con aspereza. “Es el San Martin de todos los pueblos y ciudades: a caballo y con el dedo hacia el horizonte. Así lo ha concebido el primer monumento y por eso estamos condenados a la visión perpetua de este San Martín ecuestre, que se repite desde la plaza de Buenos Aires hasta Boulogne Sur Mer”, decía.

A nadie se lo ocurría una representación distinta. Y si se la hiciera, al autor se lo consideraría “violador del dogma sagrado de la vulgaridad, diosa de nuestra inspiración patriótica y musa divina del arte administrativo”. Opinaba el articulista que era inconveniente “vivir de pura imitación y, lo que es más grave, de tercer orden. Malos moldes, artistas mediocres, economía mal entendida”.

Se insistía en la reproducción del modelo de Buenos Aires, ciudad donde “se hacen excelentes fraudes electorales y pésimos monumentos”. Había ya desparramadas a lo largo del país miles de estatuas de la Libertad, y ahora le tocaba el turno a las de San Martín. “Algunos lo tendrán con zócalo de granito, otros de mármol y nosotros de simple ladrillo, tapado con argamasa. No había dinero para tres chapas de mármol y lo han cubierto miserablemente con tierra romana”.