
Emotivo discurso en la gran fiesta del tren.
Junto con el presidente Nicolás Avellaneda, una figura central de la inauguración del ferrocarril a Tucumán (31 de octubre de 1876), fue el ex presidente Domingo Faustino Sarmiento. Pronunció, en esa ceremonia, un discurso tan emotivo y resonante como todos los suyos.
Declaró su complacencia porque se había bautizado “Sarmiento” a la locomotora que lo trajo dos días atrás. Y destacó que valoraba ese homenaje, porque demostraba que no lo había olvidado “nuestra república inquieta y descontentadiza”, que viene, desde hace medio siglo, “inutilizando, como instrumentos gastados, a los que la han servido”. Y afirmaba que, al pisar nuestro suelo, cumplía el voto que había hecho de “visitar, antes de morir, la ‘benemérita ciudad de Tucumán’, como la llamaba siempre, aún en sus conversaciones familiares, el ilustre Rivadavia”.
Recordaba que “en su territorio enarboló Belgrano la bandera azul y blanca que debía conducir por toda la América a nuestros soldados victoriosos. En esta ciudad se reunió, como sabéis, el primer Congreso argentino que, imitando el antiguo heroísmo de nuestros padres, ‘quemó sus naves’ declarando la Independencia el día en que la derrota momentánea hacía vacilar los ánimos. Las armas reales no avanzaron más adelante”.
Añadía que “este año en Filadelfia, el pueblo norteamericano ha contemplado como reliquia sagrada, desde una de las ventanas del Independence Hall, el pergamino en que está consignada el acta de nacimiento de la gran república. Mañana visitaremos con reverencia el templo de nuestra emancipación política, la casa del Congreso; y es fortuna que lo hagamos merced al ferrocarril, que realiza en los hechos las esperanzas de ser nación, que animaron a nuestros padres a arrostrarlo todo por ser independientes y libres”.