El periodista e historiador tucumano. Su pluma ha dejado una honda huella en los estudios históricos.
Escribía sobre los acontecimientos importantes y sobre los pequeños como le hubiera gustado leerlos.
“Fue al final de los años sesenta cuando me acostumbré a dar una vuelta, todas las mañanas, por la Biblioteca Central de la Universidad Nacional de Tucumán. Tenía buenos amigos ahí, en esa época: el director, don Enrique Kreibohm, que vivía buscando el rastro de los intelectuales provincianos del Centenario, y Jorge Rougés, abogado, entusiasta de las artes plásticas y subdirector de la institución simultáneamente. Me gustaba sobre todo el despacho de Jorge, prácticamente tapizado por cuadros de sus pintores amigos”
Una época, un lugar, tres amigos. Así comienza “El canciller de las flores”. La forma de contar de Carlos Páez de la Torre (h) tomaba vuelo de inmediato. Le gustaba describir ambientes y épocas. Escribía sobre hechos históricos, pero por sobre todo le gustaba escribir sobre personas. Leía metódicamente, y aunque su perfil profesional lo hacía apto para cualquier tema, su terreno era el pasado. En los pasillos del diario se lo veneraba por su curriculum y por el éxito de las notas que escribía. Su columna diaria era inevitablemente interesante.
Personajes
Si algo resulta llamativo en su producción es la amplitud de rango de su enfoque. Se explayaba con comodidad sobre la historia grande, donde hablaba como nadie el lenguaje engolado de los actos públicos. Hizo monumentales trabajos sobre Paul Groussac y sobre Juan B. Terán. El tema es que aquello constituía solo una parte de su interés, pues se fascinaba con esos personajes disonantes que se distinguen en una sociedad. “El canciller de las flores”, escrita en 1992, fue una pequeña biografía de Gabriel Iturri, uno de los personajes más extravagantes de la historia tucumana y uno de los que más lo arrebató. A su entender, al lado de cualquier prócer, el colorido periplo de Iturri lo hacía merecedor del olimpo de su tiempo. Al lado de un guerrero o de un intelectual, estaba el osado de Gabrielito.
Su interés por Iturri (escribió luego un segundo libro: “El tucumano de oro”) lo llevó a un acercamiento audaz a ese personaje que, como podemos deducir de la introducción, iba a despertar pasiones entre su grupo de amigos. Era el personaje perfecto para su pluma. De la misma manera que aquella era una historia hilvanada de pequeñeces, donde se podía unir la vida mezquina de pueblo con las luces de la ciudad luz.
Chisme
Lo más atractivo de la escritura de Páez de la Torre, y tal vez su jugada más personal, fue que escribió la historia como la quiso leer. Con ese sentido de “gran público” propio del siglo XIX y no de la actualidad. Y lo maravilloso es que realmente lo logró. Para un lector obsesivo como él, no había escritura sin seducción. Esa que nos lleva y nos trae por cualquier época. La que nunca nos abandona. En eso aprendió bien de buenos periodistas y de buenos novelistas. Sus historias son populares, son reveladoras y están llenas de anécdotas hasta dejarnos con la sensación de haber escuchado una infidencia. Como cuando lo describe al profesor Edmundo Concha:
“Un hombre moreno, espigado y de aspecto distinguido, siempre envuelto en el humo de esos cigarrillos que insertaba en la boquilla, uno tras otro. Concha despertaba en mí una suerte de fascinación, por cierta sapiencia llena de ironía que usaba para referirse a casi todo. Modulaba la voz con un cloqueo imposible de describir, las palabras le salían como cuadradas, y le encantaban las citas en un francés abominable”.
Historia
Comenzaba la escritura al momento de haber encontrado algún tesoro oculto. Como ocurrió finalmente entre los 60 y los 70, cuando sus pesquisas dieron con la correspondencia privada de Iturri. La que viajaba entre Tucumán y París, entre madre e hijo. Eso inauguraba otra etapa del trabajo. Había alcanzado el punto de encuentro entre la investigación y la producción, entre el lector y el escritor. La investigación sobre Iturri dio su primer fruto en octubre de 1973 cuando publicó, en el Suplemento Literario de LA GACETA, el artículo “Gabriel Iturri, de Yerba Buena al mundo de Marcel Proust”; después vendrían los libros.
El caso de Iturri fue uno más, entre tantos que alimentaron su vida. Páez de la Torre divulgó la historia provinciana como nadie. Leyendo sus columnas de LA GACETA, todos tenemos la sensación de volvernos un poco más expertos en Tucumán. Si hoy revisamos los archivos de sus artículos, veremos que llegó a tejer una gran red de datos sobre el pasado de Tucumán, una especie de catálogo de consulta para quien quiera empezar casi cualquier investigación. Si no, prueben con Google. Temas importantes y pequeños. En su escritura, junto a las banderas, batallas y nombres con mayúsculas, estuvo siempre el narrador de las costumbres y el escritor de las pequeñas grandes historias. Esas que se las come el tiempo, esas que no quería dejar morir.
Fuente: La Gaceta