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EL SANTO PATRONO. Imagen colonial de San Miguel Arcángel, que se conserva en la Iglesia porteña de San Juan Bautista.

Traslado de San Miguel de Tucumán en 1685.


Los actos efectivos de traslado de la ciudad de San Miguel de Tucumán, desde Ibatín a su ubicación actual, se iniciaron el 24 de setiembre y culminaron el 29 de setiembre de 1685. El 24, “como a las ocho horas de la mañana, poco más o menos”, dice el acta, el teniente de gobernador Miguel de Salas y Valdés, acompañado por los vecinos feudatarios, arrancó de la plaza el Árbol de la Justicia “y se metió en una carreta”.

En ella se introdujo también “la caja del archivo de los papeles de esta ciudad y su Cabildo”, cerrada con “tres llaves” y “liada con un lazo de cuero fresco”. También se cargó el “cepo de las prisiones”, y todo partió rumbo al nuevo sitio, llamado La Toma. Al día siguiente, 25, el alférez real, Felipe García de Valdés, sacó el Real Estandarte y seguido por los vecinos, lo “sacó públicamente por la plaza dando vuelta por ella”, antes de llevarlo al nuevo asiento. Allí entró solemnemente recién el día 27. Habían salido a encontrarlo, dos leguas antes, las autoridades, feudatarios y moradores.

Con el estandarte, entraron a orar en la precaria capilla recién habilitada. Luego, se plantó en la plaza el Árbol de la Justicia y, del sitio, “se tomó posesión corporal actual ‘jure Domini velquasi’ en nombre de Su Majestad”, dice el acta. El 28, se enarboló el Real Estandarte, se lo paseó por las calles y se lo llevó al templo para el rezo de las “vísperas” de San Miguel, el patrono de la ciudad. Al día siguiente, 29 de setiembre, se ofició “la misa cantada, con sermón y demás oficios divinos”. El ceremonial estaba así concluido y empezaba su vida la ciudad en el sitio que hoy habitamos.