Un excelente estudio de Juan B. Terán, de 1928
En Juan María Gutiérrez no se podía separar al hombre del escritor. “Su estilo era realmente el hombre; era un escritor fino porque era un alma delicada. Su conciencia estaba a la altura de sus letras. Sus escritos no fueron un gesto teatral, una postura pública o profesional. Era la voz de la naturaleza, la vida misma”, sostiene Juan B. Terán. En un excelente estudio de 1928, se ocupó del distinguido porteño de la Generación de Mayo -dilecto amigo de Juan Bautista Alberdi- que nació en 1809 y murió en 1878.
“Su llaneza, su desdén por la pompa, su preferencia por los temas de historia narrativa o de crítica expositiva no son signos de pobreza sino de refinamiento”, expresa Terán. A pesar de su romanticismo, Gutiérrez escribía siempre “en tono menor”, y “su período era limpio, su movimiento natural, sereno”. Para nuestra literatura “tan afanosa de originalidad verbal, es todavía un ejemplo, por su severidad y buen gusto”. Se dedicó a la crítica, que “supone madurez, un ojo adiestrado, una vasta experiencia”. Esa inclinación “revela lo evolucionado de su cultura” y también “la calidad de su espíritu”.
Y “si agregamos a tan nobles calidades las que nos cuentan quienes lo frecuentaron, tendremos la figura de un escritor que, si no nos abruma por su grandeza, lamentamos profundamente no haber conocido; habríamos deseado que fuera nuestro maestro y nuestro amigo. Era un delicioso conversador, lleno de viveza, generoso en los juicios, curioso de todas las ideas, hidalgo, perfecto en la amistad”.